martes, 18 de diciembre de 2007

¿Más allá del capital, más allá de la democracia…?

La actual gama de explicaciones en torno a la transformación política de los Estados y sus relaciones con el capital corporativo trasnacional, particularmente en referencia a las estrategias de USA para lograr la dominación mundial, se agrupa alrededor de dos grandes interpretaciones de temas vinculados a la soberanía nacional y el imperialismo. Una de estas visiones enfatiza la cooperación multilateral entre diversos Estados en un esfuerzo por formar instituciones supranacionales de gobernabilidad, como la Organización Mundial de Comercio (OMC), cuya intención es mediar entre los intereses del capital trasnacional. La segunda visión se concentra en los decididos esfuerzos de los unilateralistas usamericanos por preservar su postura dominante dentro del país y en la definición del capitalismo corporativo neoliberal internacional. Al tiempo que reconocen las diferencias entre ambas perspectivas, varios analistas destacan puntos de convergencia y de importante conflicto. A pesar de las diferencias de enfoque, la realidad contundente del papel dominante de un Estado o una coalición de Estados naturalmente cuestiona la soberanía de los Estados dominados, las amenazas inherentes a la democracia y las consecuencias para los pueblos dominados alrededor del mundo.

Este largo y concentrado debate, dentro de la clase dominante usamericana, puede describirse como una discusión de diferencias tácticas en relación con el objetivo estratégico de mantener la dominación de los recursos las comunicaciones y el suministro de mano de obra que son esenciales para cumplir las metas del imperialismo. Hacia fines de la Primera Guerra Mundial, la gran divergencia entre los argumentos de la clase dominante ya se había reflejado en las diferencias percibidas entre la postura multilateral en términos generales de Woodrow Wilson y la postura unilateralista y agresiva de Theodore Roosevelt, conocida como “el gran garrote”. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, estas políticas rivales con el mismo objetivo de la dominación regional y mundial de USA han dado un viraje entre los estrechos extremos de un impulso imperialista uniestatal y las propuestas para formar diversos tipos de coaliciones capitalistas entre Estados para lograr una dominación compartida. Desde la década de 1990, los dos puntos de vista de la clase dominante se han visto ampliamente representados en las diferentes tácticas de los multilateralistas neoliberales al estilo Clinton y los unilateralistas neoconservadores al estilo Bush. Podría decirse que los dos partidos usamericanos del capitalismo se reflejan perfectamente como las dos alas del imperialismo nacional.

A lo largo del último siglo, el flujo y reflujo de debates y las prácticas que de ellos resultan, empleadas por los dos principales partidos del imperialismo usamericano, se han visto influidas por las condiciones objetivas de las relaciones de poder en el ámbito político y económico, nacional e internacional, y por las contrastantes opiniones en torno a la mejor manera de seguir avanzando hacia el cumplimiento de la meta principal: proyectar y proteger sus “intereses nacionales” en el entorno mundial. Recientemente, el debate resurgido en el corazón mismo del partido republicano se expresa claramente en el cambio de tono entre las declaraciones sobre la estrategia de seguridad nacional del gobierno de Bush en 2002 (www.whitehouse.gov/nsc/nssall.html) y las correspondientes declaraciones manifestadas en 2006 (www.whitehouse.gov/nsc/nss/2006/nss2006); las segundas restan énfasis mas no repudian la fuerte actitud unilateralista expresada en las declaraciones de 2002. Sin embargo el cambio de tono en el lapso de cuatro años de gobierno republicano recapitula, en un condensado momento histórico, las continuas divagaciones de las tácticas usamericanas empleadas para cumplir la inquebrantable meta estratégica de la dominación mundial.

Los parámetros históricos de la evaluación continua de la clase dominante en cuanto al mejor enfoque para preservar y ampliar su posición presuntamente hegemónica en el ámbito internacional podrían estar resquebrajándose bajo el incontrolable peso de diversas influencias políticas y económicas vertiginosas. Ahora que los supuestos displicentes de un dirigente usamericano tras otro acerca de las posibilidades de la expansión nacional en un mundo postsoviético se enfrentan a un interesante despliegue de limitaciones políticas y económicas dentro y fuera del país, ni los unilateralistas neoconservadores que rodean al gobierno actual, ni los demócratas que al más puro estilo Clinton defienden el regreso a una perspectiva multilateral e internacionalista de distribución del poder podrían representar alternativas aceptables o viables en un sentido táctico en relación con las necesidades de las relaciones capitalistas corporativas en el siglo XXI. Si las fronteras actuales de los términos convencionales del debate de la clase política nacional aún no se han roto, sus cambiantes contornos empiezan a evidenciar tendencias cada vez más peligrosas.

Alcanzan a verse tendencias más peligrosas en otras dos variaciones que se desarrollan dentro de los parámetros del debate actual. Cercana a la visión multilateralista, se encuentra la noción de que los líderes de las instituciones capitalistas trasnacionales exhortarán a la organización de un Estado globalizado. Esta impresión se basa en el supuesto de que los capitalistas dentro del país han adquirido el suficiente poder, flexibilidad y coincidencia de objetivos que les permitirá distanciarse de los amarres políticos en sus Estados receptores, ventajas que después les servirán para construir un Estado trasnacional formando una especie de “internacional capitalista” o centro organizativo supranacional dedicado absolutamente a cumplir metas y objetivos corporativos supuestamente comunes. Esta tesis presupone un importante grado de consentimiento mutuo en muy diversos niveles, al tiempo que descarta del todo o hace caso omiso de la larga historia de rivalidad entre imperios.

El segundo y contrastante esquema, derivado de la ofensiva imperialista más agresiva de los unilateralistas en pos de la dominación mundial, recientemente sintetizada en la doctrina Bush al declarar que USA no permitirá el surgimiento de rivales, debe contemplarse desde la perspectiva de la dependencia continua del capital corporativo en relación con el Estado receptor y la combinación de necesidades corporativas con las instituciones estatales reconocidas, lo que refuerza la alianza del capital nacional y trasnacional con el Estado, uniendo en consecuencia las relaciones del Estado corporativo con un proyecto imperialista. Si bien el enfoque multilateralista no niega el uso de la fuerza, debe depender de un alto grado de consentimiento entre los Estados cooperantes, al tiempo que los unilateralistas dependen, de manera desproporcionada, de medios coercitivos, sobre todo la aplastante demostración del poderío militar.

A pesar de las limitaciones históricas y sistémicas para la duración de largo plazo de un impulso sostenido de dominación global, ya sea una coalición corporativa-trasnacional y multiestatal, o de un solo Estado, el contenido capitalista de expansión corporativa en cualquiera de estas modalidades conlleva un sesgo cultural institucional hacia un estilo autoritario que no tolerará la interferencia de la democracia en sus procesos jerárquicos de toma de decisiones. Así, podemos anticipar que el conflicto entre la estructura de mando del capitalismo corporativo y las diversas formas nacionales de democracia será un punto constante de conflicto. El Estado imperialista único o la coalición capitalista de múltiples Estados tendrán que ganarse la aprobación de los capitalistas y los pueblos, o bien recurrir a diversas medidas coercitivas para intimidar a las personas que serán objeto de sus políticas.

Aunque es posible encontrar pruebas de tendencias rivales hacia ambos polos y, al mismo tiempo, una combinación y mezcla de tácticas, en el contexto actual de la cambiante relación de las fuerzas económicas internacionales debemos incluir un análisis de nuestras predisposiciones económicas y culturales históricamente condicionadas y profundamente arraigadas que apuntan hacia la continuidad de la ambición imperialista (www.monthlyreview.calorg/nakedimperialism.htm). A pesar de que las condiciones actuales que restringen el crecimiento económico usamericano están limitando su impulso constante de expansión internacional, la escalada de asignación de magros recursos nacionales a actividades militares en el exterior y las tácticas de tipo Estado policial en el interior son claros indicadores de que los “intereses nacionales” corporativos expansionistas han dirigido y seguirán dirigiendo la ofensiva usamericana hacia la dominación del planeta. En este contexto, los gestos multiestatales se convierten en un elemento táctico de una estrategia de imperialismo único o de un solo Estado-nación, estrategia que demandará cada vez más intimidación y represión abierta dentro y fuera del territorio nacional.

Durante el período de la segunda posguerra, el objetivo general de la política exterior usamericana ha sido mantener su posición de potencia, sus privilegios y su influencia dominante como “líder” del mundo capitalista, siempre para satisfacer sus propios fines materiales. La declaración George Kennan en el documento 23 de planificación de políticas del Departamento de Estado en 1948 deja claro este objetivo fundamental nacionalista al señalar que para que el país siga en posesión de “50% de la riqueza mundial [...] la verdadera misión en el próximo período será encontrar un patrón de relaciones que nos permita mantener esta posición de disparidad” (econ161.berkeley.edu/movable_type/archives/000567.html). Si bien el debate entre unilateralistas y multilateralistas seguirá conteniendo un espacio para las visiones de los trasnacionalistas, la imperecedera meta nacional de lograr una supremacía incontestada a fin de mantener esa “disparidad”, que encuentra eco en las declaraciones de G. W. Bush sobre su estrategia de seguridad nacional presentadas en 2002 y 2006, seguirá siendo la guía de la política exterior e interna usamericana. Aunque el tono multilateralista de dicha estrategia en 2006 pone sordina a la previa afirmación hostil y agresiva del derecho a perpetrar ataques preventivos, no la rechaza de plano, sino la cubre con un velo de lenguaje multilateralista en un momento en el que los unilateralistas enfrentan la abierta oposición dentro y fuera del país. Después de las declaraciones presidenciales respecto a las facultades prácticamente ilimitadas del ejecutivo y avaladas por el Congreso con la aprobación de dos Leyes Patrióticas y la Ley de Comisiones Militares de 2006 (MCA, por sus siglas en inglés), fuimos testigos de la aceptación legislativa de una abrogación de poderes autoritarios sin precedente por parte del ejecutivo que refleja el autoritarismo corporativo necesario para dominar de manera directa la agenda nacional, capitalista corporativa e imperialista. Aunque el resultado de la riña continua entre los dos partidos políticos del capital corporativo usamericano podría significar la diferencia entre la continuidad de un impulso asesino hacia el imperialismo y un imperialismo light, o transformar el puño de hierro en un guante de seda, la meta clara es la dominación económica y, cuando sea necesaria, política del mundo.

Tras haber dejado hecho jirones el tejido de un frágil multilateralismo al tiempo que disolvían los últimos restos de confianza internacional y buena voluntad otrora otorgadas a USA, los neoconservadores unilateralistas también causaron una crisis de Estado. Esta crisis en proceso de formación debido al incremento de los poderes del ejecutivo, socava tanto la credibilidad como la eficacia de la gobernabilidad del partido y la separación de los poderes, coincide con la formación de una compleja crisis financiera y económica, y ahora se refleja en el contexto nacional del debate entre partidos que modifica el contorno político del proceso de satisfacer las insaciables necesidades del capital nacional y trasnacional. La apuesta política del dúo Bush-Cheney para hacer valer las facultades prácticamente dictatoriales de la presidencia pueden verse como un reflejo del miedo y como la preparación para el uso abierto de la fuerza dentro y fuera del país. La creciente aplicación de métodos económicos y militares de coerción en ambos partidos del imperialismo usamericano con lleva profundos cambios políticos en las relaciones del Estado con la “sociedad civil”.*

A la evaluación de la riña de la clase dominante, debemos añadir el análisis de los muchos ajustes del capitalismo a las repetidas crisis estructurales que constantemente han incrementado el poder y la influencia de las corporaciones a lo largo del siglo XX. Las periódicas consolidaciones económicas que ampliaron la forma corporativa de organización del capital y acentuaron su concentración han causado cambios radicales en las normas de las prácticas capitalistas, cambios que han afectado profundamente las relaciones políticas entre el Estado y el capital en vertientes que van más allá de las clásicas nociones económicas en cuanto a la separación de lo político y lo económico.

Los efectos acumulativos de la cuidadosamente cultivada interacción entre el Estado y el capital corporativo ya han derivado en operaciones mucho más allá de las normas del capitalismo clásico y con modalidades que han llevado al capital corporativo a altísimos niveles de prominencia política: actualmente influye en las grandes transformaciones de las relaciones entre el Estado y el capital, y las relaciones de ambos con la población nacional generando lo que deberíamos llamar capitalismo de Estado. Las operaciones del Estado y el capital corporativo nunca han estado tan estrechamente vinculadas, y ambos dan la espalda a la democracia.

Argumentaré en dos niveles interrelacionados que las necesidades económicas y políticas objetivas y actuales del capital corporativo nacional y trasnacional usamericano seguirán dependiendo del apoyo político y militar organizado dentro del país para mantener su expansión mundial. Además, Argumentaré que sus intereses económicos internacionales requieren de una sólida base sociopolítica fundada en una población que ha dado su consentimiento o al menos se muestra dócil ante los métodos de la explotación económica del capitalismo internacional. Asimismo, enfatizaré que, a medida que el carácter autoritario y el estilo operativo del capital corporativo introduce su cultura de regimentación y conformismo en las operaciones del Estado receptor y subvierte las prácticas democráticas, también refuerza los procesos de mando en la toma de decisiones, burla las prácticas y el contenido de los vestigios de la democracia popular y, por ende, obliga al Estado constitucional a amoldarse a las normas culturales y los métodos del Estado corporativo. Además, al fusionar los procesos de mando de los métodos capitalistas con los procesos de mando de la gobernabilidad autoritaria, crea la necesidad interna de aumentar la coerción. De ahí que las consecuencias de la actual crisis en ciernes sean profundas y trascendentales: surge como una crisis constitucional que se vuelve más compleja y peligrosa en un contexto de guerra interminable y de una economía cada vez más débil.

Jean-Claude Paye y Michael E. Tigar, en los artículos publicados bajo el título “Una nueva forma de Estado” y publicados en la edición de septiembre de 2007 de Monthly Review, vol. 59, no. 4, señalan que los procesos para el desarrollo de “un sistema de negación absoluta de los derechos” en USA y alrededor del mundo están más que avanzados. Con base en sus estudios de los esfuerzos actuales para ampliar las facultades del Presidente usamericano, ambos autores coinciden en comentar que el efecto combinado de las recientes “declaraciones firmadas” por la presidencia, las modificaciones a la legislación nacional, las órdenes del ejecutivo y la aceptación pasiva de otros Estados “revelan una estructura verdaderamente imperial” para un “nuevo orden” que augura consecuencias de gran alcance.**

En el momento en que los métodos para la toma de decisiones en el espacio corporativo estén plenamente integrados con las prácticas autoritarias del gobierno, se cerrará la puerta al debate de la clase dominante y el Estado corporativo militarizado dirigirá el proyecto imperialista-nacionalista para la dominación del mundo.

Al reflexionar sobre el consejo de George Kennan respecto a la necesidad de USA de encontrar vías para “mantener su posición de disparidad [como la tuvo durante la segunda posguerra]”, habremos de notar que sus palabras también revelan la debilidad inherente y los peligros que conlleva semejante política de la desestabilización. El capitalismo no puede simplemente mantener el statu quo, debe crecer hasta el infinito. Las implicaciones de una estrategia nacional para el crecimiento infinito en un mundo finito significan la expansión interminable del país. Como si anticipara la totalidad de la proyección de la trayectoria del poder usamericano desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el presente, George Kennan escribió en el mismo documento de planificación de políticas del Departamento de Estado en 1948: “No está lejano el día en el que tendremos que lidiar con conceptos francamente vinculados al poder”. Como si predijera la incansable violencia de la larga serie de guerras usamericanas y actividades desestabilizadoras encubiertas desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el presente, enfatizó: “La respuesta definitiva podría no ser muy agradable”. La implicación de la meta del expansionismo sin fin de una nación no sólo define su postura en relación con el resto, también define la relación del Estado con su propio pueblo.

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