sábado, 8 de diciembre de 2007

Tesis sobre fascismo, neofascismo y poder capitalista


1.- ANOTACIONES PREVIAS

2.- FASCISMO Y DEMOCRACIA BURGUESA “FORMAL”

3.- NEOFASCISMO, FASCISMO Y REPRESION ALEATORIA

4.- NEOFASCISMO Y FASCISMO EN LA DEMOCRACIA ESPAÑOLA

5.- NEOFASCISMO Y FASCISMO EN LA DEMOCRACIA FRANCESA

6.- CENTRALIDAD DEL ESTADO Y FUERZAS POLÍTICAS

1.- ANOTACIONES PREVIAS:


El asesinato Carlos Palomino en Madrid, joven antifascista, es, por ahora, el punto culminante de la tendencia al alza del fascismo y del neofascismo en el capitalismo más desarrollado, céntrico e imperialista, que no sólo en los Estados capitalistas empobrecidos. La ola de manifestaciones antifascistas posterior al asesinato indica que aumenta la conciencia revolucionaria sobre este peligro, y las represiones que contra ellas ha desencadenado el Estado “democrático” español indican que la burguesía y el PSOE no están dispuestos a que las masas luchen contra el fascismo porque éste es un instrumento muy conveniente para el Estado, que no sólo para el PP. No hay duda de que el Estado quiere cortar de raíz que se extienda la derrota sufrida por el fascismo y los cipayos vascongados en la ciudad de Donostia el pasado 12 de octubre, cuando una disciplinada y muy numerosa manifestación antifascista se apoderó de barrios céntricos donostiarras, humilló a las fuerzas colaboracionistas de ocupación e impidió con ello que tuviera éxito una pequeña pero simbólica invasión fascista de la ciudad.

Además de estos acontecimientos ha habido otros que debemos recordar porque sí tienen que ver, y mucho, con el fascismo como globalidad, aunque en apariencia no lo sean ya que no usan la parafernalia militarista, racista y sadomasoquista del fascismo, sino otras formas diferentes, menos toscas y burdas, más educadas e incluso con ribetes de “ayuda humanitaria”, como veremos. Aquí sólo vamos a citar las más importantes y recientes, por ejemplo, el “¡Por qué no te callas!” del Borbón a Chávez, y sus visitas a las plazas militares de Ceuta y Melilla; la contestación de Zapatero a Chávez; la política de la Iglesia católica española; la respuesta del PP a la sentencia del 11-M/04; la represión francesa contra la juventud vasca; la manipulación de Sarkozy de las recientes huelgas en el Estado francés y su viaje para “rescatar” a la ONG francesa y, como síntesis y contexto, el recrudecimiento del nacionalismo imperialista francés.

Hablamos de actos ocurridos en los Estados francés y español por dos razones: una porque Euskal Herria está dividida y oprimida por ambos estados, lo que nos obliga a pensar y a actual siempre con esta visión amplia, que integra críticamente a dos Estados decisivos para la historia del capitalismo europeo. Si bien es cierto que esta realidad nos exige un esfuerzo teórico mayor al tener que estudiar una masa superior de informaciones, problemas, situaciones, historias concretas, etc., siendo esto cierto, sin embargo, semejante reto y esfuerzo nos permite a la vez desarrollar una visión más plena, lo que nos lleva a la segunda razón, consistente en desarrollar una visión crítica más plena de las relaciones entre democracia burguesa y fascismo.

Como sucede siempre, ningún fenómeno social especialmente complejo, y el del fascismo es uno de los más complicados, puede comprenderse teóricamente sin estudiar su historia, sus transformaciones, sus adaptaciones a los cambios generales. Hemos dicho “profundizar de nuevo” porque la izquierda independentista vasca lleva estudiando el fascismo, y sobre todo luchando contra él, desde que tiene --tenemos-- uso de razón política, porque nacimos y nos forjamos como movimiento de liberación nacional peleando contra el fascismo, y seguimos luchando contra el neofascismo que aplica la “democracia” española contra Euskal Herria.

Sin retroceder mucho en el tiempo, el 4 de abril de 2004 publicamos el texto “Contra el neofascismo”, a libre disposición en Internet. Su relectura puede permitir, como mínimo, cuatro reflexiones muy interesantes: primera, compararlo con las tesis que aquí se presentan y criticar a ambos textos en base a los nuevos acontecimientos habidos en este tiempo, especialmente tras los casi cuatro años de gobierno del PSOE y muy concretamente, tras la experiencia de su tramposo, fullero y trilero comportamiento durante las negociaciones con ETA. Durante este tiempo, el Estado español ha simultaneado toda una batería de tácticas e instrumentos represivos que van desde la manipulación mediática más descarada hasta la represión implacable, pasando por la apariencia de “democracia”. Se ha tratado de un “ejemplo de libro” sobre cómo interactúan los diversos poderes del Estado de manera que, manteniendo la imagen democrática entre sectores sociales españoles, se aplican a la vez impunemente tácticas neofascistas contra una nación oprimidas.

Otro ejemplo está siendo el proceso del 18/98 contra más de medio centenar de personas vascas, acusadas muchas de ellas de pertenencia a ETA y al resto de colaboración con ella. Este macrojuicio es tan insostenible desde cualquier punto de vista legal, ha tenido tantos errores y fallos de forma y de fondo, que motivó este comentario del prestigioso abogado alemán M. Poel, de que: “habíamos conocido procesos sin pruebas, es el primer juicio que vemos sin delito”. La acusación gravita en el supuesto de que “todo es ETA”, es decir, de que en base al arsenal represivo existente, se puede demostrar que cualquier acto o pensamiento que contradiga los intereses no ya del Estado español sino de cualquier grupo fascista o neofascista por reducido que sea, es automáticamente un delito. Como veremos más adelante al analizar la represión aleatoria, partiendo de las leyes vigente, ha desaparecido la “presunción de inocencia” aplicada al Pueblo Vasco para imponerse la “presunción de culpabilidad”, o la simple “culpabilidad” dependiendo de los medios de prensa que manipulen las primeras informaciones al respecto.

Segunda, muy importante, reflexionar sobre el error tan común de identificar “izquierda” e izquierda a partir de varios errores previos entre los que destaca el de no apreciar la evolución del fascismo y el de separar anti dialécticamente “fascismo” de “democracia”, sin comprender las mediaciones entre ambos términos tomados en abstracto. A partir este error, la “izquierda” sería lo que separa al “fascismo” de la “democracia”, negándose toda la amplia gama de mediaciones intermedias que en lo concreto conectan dentro del Estado, de sus aparatos y cloacas, y en muchas organizaciones sociales paraestatales y extraestatales, al “fascismo” con la “democracia”. Como ya se expuso en “Contra el neofascismo” y como analizaremos con casos concretos en este texto, las mediaciones prácticas, organizativas e institucionales entre “fascismo” y “democracia” se van complejizando y ampliando según avanza el capitalismo imperialista.

La lógica formalista, estática e idealista que sostiene que el PSOE es “izquierda” es incapaz de comprender que este partido aplique en la realidad cotidiana contenidos neofascistas en el interior del Estado y fascistas en el exterior, además de otros muchos autoritarios, etc., envueltos o solapados bajos reformas progresistas que sólo buscan la rentabilidad electoral. De las muchas cosas que se pueden aprender de la historia del fascismo y de la evolución de algunas de sus ramas, es la facilidad con la que las “izquierdas” han adoptado componentes prácticos y teóricos que no se diferencian cualitativamente en nada de otros típicos del neofascismo, e incluso del fascismo, según iremos viendo en estas tesis. El comportamiento del PSOE en estos años recientes, por no hablar de la etapa del “señor X”, nos ofrece escalofriantes ejemplos.

A lo sumo que se puede llegar con este error de fondo es cometer otro error supuestamente menos grave consistente en decir que el PSOE es “izquierda reformista” mientras que el PCE e IU, por ejemplo, serían auténtica “izquierda revolucionaria”, y el resto, o sea, la verdadera izquierda militante y revolucionaría situada fuera de estos partidos sería sólo “ultra izquierda”, “izquierda radical”, “extrema izquierda”, etc. De este modo, el reformismo ayuda activamente en la ridiculización y desprestigio de la izquierda que permanentemente realiza la prensa burguesa. Pero, en realidad, la “izquierda” es un bloque de centro reformista que aglutina desde sectores de la socialdemocracia hasta el PCE e IU, que es una empresa parlamentaria que vive de las subvenciones burguesas porque cubre un vacío con su reformismo blando, florido y multicolor; y el PCE, algo más vocinglero, es un conglomerado formado por ex-stalinistas, eurocomunistas derrotados y “reformistas duros” que han rechazado lo esencial del marxismo, a saber, la lucha radical contra la propiedad privada, contra el Estado burgués y contra el idealismo metafísico. Un “reformismo duro” que se emblandece de inmediato como sebo al fuego cuando hay que defender el nacionalismo español y machacar las justas reivindicaciones de las naciones oprimidas por su Estado.

Tercera y tan importante como la anterior, es la reflexión crítica sobre el error contrario, es decir, suprimir toda diferencia entre “fascismo” y “democracia”, absorber la segunda en la primera afirmando que ya no queda resto alguno de “democracia” efectiva y real porque vivimos en un “fascismo” de hecho, oculto en parte por la propaganda y la tramoya parlamentarista pero efectivo en la realidad y, sobre todo, perceptible cuando el Estado u otras fuerzas reaccionarias lo sacan a la calle. Con unas diferencias secundarias, se comenten así los mismos errores sustantivos que comete la tesis anterior, aunque que de signo opuesto. Ahora, no se aprecian las mediaciones que permiten a la burguesía mantener una efectiva separación entre prácticas fascistas, neofascistas y democrático-burguesas por reducidas que estén. Mediaciones que logran que amplios sectores de las masas explotadas no tomen conciencia crítica radical de la gravedad del problema, por el simple hecho de que, en la vida cotidiana la realidad es diferente a como la presentan los llamados “ultraizquierdistas”. No nos extendemos ahora más en esta cuestión porque volveremos sobre ella.

Y cuarta y última reflexión, es que una vez hemos abandonado el método dialéctico marxista, que insiste en el análisis concreto de lo real en sus contradicciones en lucha y movimiento permanente, abriendo vías evolutivas nuevas, con la emergencia de realidades diferentes a la anteriores en una totalidad más amplia y que tiende a ser más compleja que la anterior, sin este soporte metodológico imprescindible con el que precisamente empieza el texto de 2004 “Contra el neofascismo”, terminamos más temprano que tarde tragados por el agujero negro de la ideología burguesa y desintegrados en sus tópicos al uso. Es así como se comprende la incapacidad del reformismo para combatir teóricamente la interesada proliferación de afirmaciones insostenibles científicamente sobre “fascismos” que serían tan irreconciliables, de existir en la realidad, como el “islamo-fascismo”, el “fascismo abertzale”, el “fascismo chavista”, etc.

Proliferación de ideología reaccionaria producida en serie por la fábrica intelectual burguesa destinada tanto a ocultar la realidad histórica y presente del fascismo y del neofascismo, como a desacreditar a los pueblos en lucha. La tesis del “islamo-fascismo” es especialmente llamativa porque las sociedades islámicas no reúnen en absoluto las condiciones estructurales necesarias para la existencia de movimientos fascistas de tal nombre. Al contrario. El Islam ha sido una de las bases materiales, junto a las impresionantes civilizaciones china, hindú y egipcia anteriores, sin las cuales Occidente nunca hubiera superado su barbarie sucia e ignorante que le caracterizó hasta el Renacimiento, siendo generosos. El Islam, por término medio, es más tolerante y progresista que el cristianismo, y el llamado “fundamentalismo islámico” es bastante menos criminal que el fundamentalismo cristiano, pero lo decisivo es lo que hemos comentado: la ausencia de presupuestos sociales, clasistas y económicos capaces de crear movimientos fascistas en el pleno sentido de la palabra.

El “islamo-fascismo” es una excusa creada por el imperialismo fundamentalista cristiano, para reforzar el mensaje reaccionario y racista que legitime otra guerra de saqueo contra los pueblos musulmanes que tienen reservas energéticas vitales. Sin negar una relación con la tesis del “choque de civilizaciones”, ya caduca en parte por su total inconsistencia teórica e histórica, la del “islamo-fascismo” busca mantener la apariencia “democrática” del imperialismo a la vez que ataca con mucha más dureza al Islam que la tesis del “choque de civilizaciones”. No es casualidad que los creadores y propagadores de esta tesis sean los centros más reaccionarios, neofascistas y fascistas, en el sentido científico de la palabra, del imperialismo, interesados en mantener, además de su poder geoestratégico y energético, también la “legitimidad democrática” suficiente para justificar sus próximas atrocidades genocidas.

Básicamente pero cambiando algunas cuestiones de relevancia secundaria, lo mismo hay que decir de la creación propagandística del “fascismo abertzale”, el que se le atribuye a la izquierda independentista vasca que reivindica, con toda la razón del mundo, se le reconozcan los derechos colectivos e individuales negados que le pertenecen como nación con su historia, territorio y complejo lingüístico-cultural propio e incuestionable. Otro tanto, en lo esencial, hay que decir de las acusaciones imperialistas de “fascismo” al proceso emancipador venezolano representado públicamente por Hugo Chávez. En estos y otros muchos casos --cada vez hay más falsos “fascismos” creados por la fábrica intelectual capitalista-- lo que se pretende es lo ya dicho arriba: ofuscar y confundir teóricamente, desprestigiar a las víctimas y a sus luchas y legitimar los ataques imperialistas.


2. FASCISMO Y DEMOCRACIA BURGUESA “FORMAL”:


Tomados en abstracto, el fascismo es inseparable de la democracia, y en contra de lo sostiene la lógica formal, no existe una contradicción irreconciliable entre ambos, sino una complementariedad secuencial dentro del proceso de dominación del Capital sobre el Trabajo. Ambos, como unidad dialéctica de elementos complementarios y funcionales al orden burgués, son un fenómeno internacional, que no sólo estatal, y lo que está sucediendo en los Estados español y francés, es parte de una dinámica más amplia que sacude a todo el capitalismo. Su naturaleza internacional debe obligarnos a tener una visión mundial del problema y a desarrollar una práctica internacionalista consecuente contra el fascismo, pero también contra la “democracia” a secas. Por esto, aquí haremos de vez en cuando algunas referencias al contexto mundial, a las tendencias actuales del capitalismo como parte de sus contradicciones permanentes a lo largo de su historia, aunque sería alargar mucho este texto realizar un estudio más prolijo y sofisticado del fascismo a escala planetaria.

La historia de la democracia-burguesa allí en donde pudo asentarse sólo tras muy sangrientas guerras de liberación nacional y guerras civiles, es la del retroceso permanente en los derechos democráticos de las masas explotadas, así como la del creciente control exclusivo de los instrumentos del poder por la burguesía, separándolos y aislándolos del llamado “juego parlamentario”. Este origen sangriento de la “democracia” es debido a que, por un lado, sólo ha triunfado gracias a la violencia y, por otro lado, a la vez toda “democracia” es un instrumento de poder de clase y de nación, es decir, democracia burguesa que se sostiene sobre la dictadura asalariada del Capital sobre el Trabajo, y democracia imperialista que se sostiene sobre la dictadura de opresión nacional de los pueblos sometidos.

La dialéctica entre democracia y dictadura evoluciona sólo debido a las permanentes luchas internas entre opresores y oprimidos, que en momentos sean latentes y soterradas y en momentos tan visibles como las revoluciones y contrarrevoluciones. A lo largo de estos conflictos totales se van sucediendo oleadas y fases históricas en las que la democracia burguesa “clásica” e inicial, va retrocediendo, endureciéndose para asegurar que la minoría burguesa gobierne cotidianamente sin los obstáculos que pudieran llegar desde un sistema democrático-parlamentario controlado por la mayoría electoral de las clases trabajadoras. Los poderes efectivos, las decisiones que se deben tomar día a día, y las grandes decisiones estratégicas sobre el futuro, todo esto va siendo extraído del parlamento y llevado a sistemas incontrolables e inaccesibles para las clases trabajadoras.

Surgen así dos democracias: la real y efectiva, la minoritaria, la que nunca podrá ser controlada por las masas trabajadoras y pueblos oprimidos, la democracia práctica y ágil que la burguesía necesita y que se desarrolla en el complejo entramado de organismos burgueses privados y selectos, consejos de dirección de grandes monopolios transnacionales asociados y de grandes bancos, altas burocracias estatales y de instituciones internacionales, cúpulas de partidos conservadores estrechamente vinculadas a asociaciones burguesas, etc. Esta es la democracia realmente existente porque gracias a ella el mundo es dirigido por una infinitesimal parte de la población del planeta.

La otra democracia, la que apenas tiene poderes prácticos para decidir e imponer las grandes soluciones radicales que exige el momento, es la democracia “formal”, la que padecemos, mucho más recortada y restringida que la democracia burguesa “clásica”, pero con un tremendo poder de alienación e integración de las clases y pueblos en la lógica del sistema capitalista. Es una democracia “formal” porque sólo conserva su forma externa, su continente y su envoltorio, habiendo perdido casi la totalidad de su esencia y contenido anterior. Por ejemplo, la democracia burguesa que se desarrolló en el Estado francés mediante largos años de violencias impresionantes tenía en los principios de “Igualdad, Fraternidad y Libertad” sus máximas. Pero sabemos que en la práctica esta democracia era y es burguesa, machista y nacionalmente francesa; y sabemos que tales máximas han quedado reducidas a simples engaños embaucadores desde hace mucho tiempo: queda la forma, lo formal, mientras que lo esencial, la propiedad privada, el Estado y la ideología dominante se rigen por decisiones tomadas en la exclusiva y exclusivista democracia minoritaria de la burguesía.

Aunque parezca imposible desde la lógica formal, dialécticamente visto el problema, la democracia interna de la burguesía, la única que le interesa realmente, no es del todo incompatible con el fascismo. De hecho, muchos fascismos han respetado los sistemas internos de decisión entre las diversas fracciones burguesas, y una de las experiencias anteriores al fascismo, el bonapartismo, surgió para, entre otros objetivos, facilitar que las fracciones burguesas del Estado francés del siglo XIX pudieran dedicarse más tranquilamente a acumular capital ya que Napoleón III se encargaba del orden represivo y de las decisiones administrativas que no requerían una previa y ardua negociación entre las fracciones burguesas. Salvando todas las distancias, otro tanto había realizado la dictadura republicana de Cromwell en la Inglaterra del siglo XVII, por poner dos ejemplos entre muchos.

La variante más conocida del fascismo, el nazismo alemán, mantenían muy estrechas conexiones diarias con las fracciones burguesas, y su sistema organizativo permitía que la mediana y pequeña burguesía hiciera oír su voz en la marcha general del imperialismo nazi, aunque siempre supeditada a la alta burguesía. Quiere esto decir que en la práctica y dentro de la dictadura, las clases dominantes dispusieron de sistemas de debate, opinión y decisión en permanente contacto con el nazismo, mientras la represión era implacable y masiva. Sin esta “democracia” interna al nazismo, éste no hubiera dispuesto del incondicional apoyo del Capital y de su bloque social de apoyo, además de otras razones de peso entre las que destacan el control absoluto de los sentimientos nacionalistas alemanes y el hecho de que, durante mucho tiempo, las masas alemanas no sufrieron graves penurias por la guerra gracias al masivo saqueo y expolio que el nazismo hacía en la Europa que ocupaba, con el apoyo de las respectivas burguesías que cambiaron su patriotismo por un colaboracionismo descarado con el invasor.

Los casos del fascismo italiano y del franquismo, por no extendernos, son todavía más claros. La burguesía italiana siempre tuvo margen de decisión propia, de modo que cuando le interesó se deshizo de Mussolini sin grandes dificultades. La burguesía española también empezó a desplazar al franquismo más fanático a finales de los ’50, siguió luego a la sombra del franquismo menos cegato hasta que sólo recurría a este para endurecer la explotación salvaje de las clases trabajadoras y naciones oprimidas. Cuando no le interesó el grueso del franquismo, lo abandonó quedándose con aquellas partes que le interesaban pero envolviéndolas con el celofán de la monarquía “constitucional”, manteniendo intacto todo el sistema represivo.

A diferencia del fascismo de entre 1920 y 1945, el actual ha desarrollado una enorme adaptabilidad al entorno, una alta capacidad de camuflaje que le permite permanecer inadvertido en el interior de los partidos conservadores y de centro, de la democracia cristiana y de sectores de la socialdemocracia, así como en muchas poltronas universitarias e intelectuales e incluso descaradamente en muchas organizaciones de la Iglesia católica y del fundamentalismo cristiano. Su camaleonismo no le viene sólo de la necesidad que tuvo de readaptarse a la derrota de 1945 en gran parte del mundo, y a los cambios de forma que tuvo que hacer en el Estado español entre 1975-78 con la engañufla de la “transición”, en zonas de las Américas como Argentina tras los generales, etc., y más recientemente en Chile, sino también de los consejos y de los manejos de las “burguesías democráticas” de los países que sufrieron el fascismo y que comprendieron que lo necesitaban vivo pero más controlado, latente, amenazante e incluso activo en la calle según las urgencias en la lucha de clases, en la explotación de los pueblos y en la explotación de las mujeres.

Dos errores muy serios de las izquierdas son, uno, calificar como “fascismo” todo régimen burgués cuando desencadena una oleada represiva más dura que la anterior, y otro, no saber distinguir el fascismo del neofascismo. Ambos errores tienen un punto en común: la ausencia de un análisis concreto de cada situación concreta. En las izquierdas es relativamente fácil deslizarnos por la cómoda pendiente de denominar fascista a todos los regímenes burgueses autoritarios y represivos, sin tener en cuenta las diferencia existentes entre, por ejemplo, el fascismo, el neofascismo, el bonapartismo, el militarismo, el presidencialismo, la monarquía en sus varias formas, y las diferentes intensidades represivas y autoritarias de las democracias burguesas en su “normalidad” mínima de funcionamiento.

Es una solución fácil denominar como fascistas a estos y otros regímenes más o menos represivos y hasta dictatoriales –hay dictaduras que no son fascistas-- porque nos ahorra el esfuerzo teórico imprescindible para conocer las diferencias existentes, y en base a ellas saber qué práctica desarrollar, aplicando las mismas consignas, métodos y tácticas en cualquier caso, y si la realidad contradice a la “teoría” peor para la realidad. Ahora bien, semejante comodidad nos lleva en directo a uno de los más desastrosos errores de las izquierdas consistente en hablar un lenguaje político no sólo incomprensible para las masas explotadas, que se dan cuenta que no viven bajo el fascismo, sino que además posibilita a los reformistas y a la burguesía ridiculizar sin compasiones a esas izquierdas que no saben que suelo pisan.

Una sobreestimación del arraigo, fuerza e implantación del fascismo, peor aún, afirmar que un régimen de “democracia autoritaria” o de “Estado fuerte” pero con algunas características de democracia “formal” es un sistema fascista puro y duro, implica un alejamiento total de las realidad que viven las gentes oprimidas que, sin embargo y pese a las restricciones existentes, pueden leer prensa, opinar, organizarse, votar, etc., prácticas prohibidas totalmente en el fascismo. De este modo, la izquierda es incapaz de sintonizar con las inquietudes y problemas verdaderos de la gente, es incapaz de proponer alternativas concretas para unos problemas que desconoce porque viven en la burbuja de su esquizofrenia política: convencida de que está bajo el fascismo no puede organizar a las clases oprimidas para que luchen contra la democracia “formal” o autoritaria, o contra regímenes más duros que éstas pero más blandos que el fascismo. Absorta en su ceguera, se va alejando de las masas, que la miran cada vez como una minoría dogmática.

Es un error serio no saber distinguir “democracia” de fascismo en cuanto que son métodos diferentes de dominación dentro del proceso general de reproducción capitalista, porque se pierden de vista todos los múltiples mecanismos de mantenimiento del orden de que dispone la burguesía mediante un sistema democrático “formal”. De entrada, la burguesía puede recurrir a muchos sistemas de dominio, desde el fascismo hasta la democracia más tolerante, pasando por diversas monarquías, repúblicas, regímenes constitucionales varios, militarismos, bonapartismos, presidencialismos, etc.; todos ellos defienden la dictadura de clase del capital, pero lo hacen con diferentes mecanismos según las circunstancias. Saber bajo qué régimen político se desarrolla la lucha de liberación nacional y social, qué diferencias en cuanto a derechos y represiones concretas tiene con los otros regímenes, es imprescindible para profundizar lo más posible los lazos que unen a las organizaciones revolucionarias con las masas.

Pues bien, a diferencia del fascismo, la democracia burguesa “formal” es mucho más eficaz en el mantenimiento del poder burgués porque se basa en un conjunto de trampas y ficciones, pero también de medias verdades. Las trampas y ficciones radican en que las masas explotadas creen que son libres porque pueden votar en cuestiones secundarias cada determinados años. La efectividad de esta trampa se basa en la ideología burguesa individualista que hace creer a la gente que no existen las clases, ni los pueblos ni los sexos, ni los grupos minorizados, sino sólo personas individuales que se relacionan individualmente en el trabajo --patrón y obrera--, en la vida cotidiana --hombre y mujer--, en la vida internacional --española y vasca--, etc., de forma que sólo existe el “ciudadano” y en menor medida la “ciudadana” que ejercer su libertad inalienable de voto cada determinado tiempo siempre dentro del marco estatal dominante.

La superioridad de la democracia burguesa “formal” sobre la efectividad del fascismo radica en que sus medias verdades, etc., sólo se ven en sus lados “buenos”, por ejemplo, que se puede votar por diversas alternativas políticas, que se puede opinar y organizarse, etc., mientras que sus lados realmente malos y decisivos, es decir, la represión invisible de la dependencia del salario, el poder intocable que otorga la propiedad privada de las fuerzas productivas y de los instrumentos de represión; lo inaccesible que es el poder estatal para la gente explotada aunque lleguen a elegir un gobierno “socialista”; el monopolio de la prensa, educación, universidad, cultura, etc., por la clase dominante; el monopolio invisible e indirecto, mediante el Estado, pero también directo y visible mediante las empresas privadas de la sanidad, jubilación y pensiones, asistencia social por la clase dominante, y un largo etcétera.

Estos y otros métodos característicos de la democracia burguesa “formal” logran que las clases explotadas en general se crean parte de la sociedad en su conjunto, se crean que no existe explotación, opresión y dominación, sino sólo “injusticias” y “desigualdades” que actúan en el plano individual de la “ciudadanía” y que pueden resolverse con reformas y mayorías parlamentarias. En términos teóricos, diríamos que la democracia burguesa “formal” garantiza que la fuerza de trabajo asuma su condición de capital variable supeditado a la propiedad privada y al capital, que depende vitalmente de éste, e incluso que el capital constante, o sea, las instalaciones, las fábricas, las infraestructuras, etc., es más importante que la fuerza de trabajo, que las clases trabajadoras, que deben irse al paro o ver disminuidos sus salarios y condiciones de vida para que las fábricas rindan más beneficios a la patronal. Una vez que las clases trabajadoras asumen que son una parte más del capitalismo, pero supeditadas a éste, del que dependen en todo, el sistema está a salvo, y la democracia “formal” asegura esta alienación generalizada con más efectividad que el fascismo.

Sin embargo, para que exista democracia burguesa “formal” son necesarias una serie de condiciones imprescindibles entre las que destacan la existencia de unos beneficios económicos suficientes como para permitir ciertas reformas sociales y concesiones de la burguesía que legitimen la acción del reformismo político-sindical, oculten la realidad de la explotación, integren a amplias franjas sociales, aseguren la tranquilidad de una pequeña burguesía pánfila y pancista, etc. También se requiere, unido a lo anterior, que exista una suficiente práctica del consumismo de masas, porque el consumismo es una de las cadenas de oro más efectivas que existen por razones que no podemos exponer ahora. Por último, y decisivo, la democracia burguesa exige que exista opresión nacional, explotación y saqueo imperialista de otros pueblos que son estrujados y empobrecidos para que el Estado “demócrata” pueda mantener los altos beneficios de su burguesía, dedicando una parte de las sobreganancias a alienar a sus clases trabajadoras, reforzar en ellas el nacionalismo opresor de su Estado y con él asegurar la continuidad del capitalismo.

Cuando estas condiciones empiezan a fallar, la “democracia” empieza a resfriarse porque, de un lado, aumenta la austeridad y se deteriora el nivel de vida al reducir la burguesía los gastos sociales, las “ayudas” de todo tipo, para orientar estos capitales “liberados” hacia las necesidades privadas el capitalismo en apuros; por otro lado, la burguesía endurece la explotación social para producir más con menos salarios intentando así recuperar sus beneficios, y estos dos factores juntos terminan impulsando tarde o temprano las luchas obreras y populares; además, la pequeña burguesía, antes adormilada y feliz, empieza a inquietarse mirando a izquierda y a derecha; a la vez, el Estado burgués va activando los planes represivos que casi siempre tiene previstos, intentando detener la tendencia al alza de las luchas, y en estos planes siempre hay espacio para la reaparición de las bandas fascistas que estaban atadas y sujetas en los períodos de normalidad pero que ahora son incluso azuzadas e incitadas por poderes oscuros. Téngase en cuenta que hablamos de Estado burgués y no de gobierno de turno. El primero, con sus fuerzas armadas, sus funcionarios, sus jueces y fiscales, etc., permanece mientras que el segundo, el gobierno de turno, pasa. Los gobiernos pasan, la policía permanece.


3. NEOFASCISMO, FASCISMO Y REPRESION ALEATORIA:


Como ya se ha explicado en el texto “Contra el neofascismo”, la evolución de la sociedad imperialista desde 1945, con sus altibajos, ha permitido que surgieran y se mantuvieran las condiciones que sustentan la democracia burguesa “formal”. Pero estas condiciones son excepcionales en la historia del capitalismo, en la que domina abrumadoramente la lucha, revolución y contrarrevolución militarista y fascista, y además, han existido sólo en una parte muy reducida del planeta, en lo que llamamos “occidente” y apenas más. Era por tanto cuestión de tiempo el que la democracia “formal” demostrara ser históricamente anormal, una rareza en la historia sangrienta del capitalismo mundial que cada vez más va endureciendo y ampliando la represión, reduciendo las libertades concretas, limitando los derechos prácticos. La dialéctica entre las dificultades internas a la explotación de las propias clases trabajadoras, etc., más las dificultades externas, las resistencias de los pueblos del mundo al saqueo imperialista, no da como resultado una simple suma de problemas que puede resolverse con parches aislados sino la aceleración de las contradicciones globales a las que se enfrenta la burguesía internacional.

La tendencia al neofascismo que se está desplegando en todos los Estados burgueses, con más rapidez en unos que en otros según situaciones concretas, responde a este empeoramiento de las condiciones básicas imprescindibles para que la clase burguesa amplíe sus beneficios sin provocar demasiadas resistencias obreras y populares. Mientras que estas resistencias puedan ser controladas sin mayores problemas de manera que en un plazo relativamente corto se reinicie el aumento de los beneficios, no es necesario pasar a medidas represivas mayores, y la democracia “formal” puede mantenerse mal que bien, algo debilitada pero sin recortes llamativos en su forma externa ya que las nuevas represiones se especializan en machacar a los colectivos que ya han empezado a resistir, a los grupos peligrosos, a las organizaciones revolucionarias, a los pueblos rebeldes, dejando “libres” a los demás siempre y cuando no se “metan en problemas”.

El neofascismo va extendiéndose dentro de la democracia “formal” en la medida en que ésta decrece y en la medida en que aumentan los controles sociales, las vigilancias sobres los segmentos sospechosos de la población y las represiones sobre quienes se enfrentan al sistema. A la vez, el neofascismo se mueve con toda tranquilidad en el interior de la selecta y exclusiva democracia privada burguesa, la real y efectiva. Muchos de estos centros de debate y decisión entre las fracciones burguesas, selectos y privados, apenas conocidos la mayoría de ellos, así como lo más recóndito de los pilares del Estado, sus cloacas y sumideros, son lugares en los que el neofascismo deambula a sus anchas, especialmente entre las fuerzas represivas. Frecuentemente, resulta muy difícil distinguir en estos lugares el neofascismo del fascismo, porque son lo mismos en los actos cotidianos que la prensa burguesa no publicita, surgiendo las diferencias sólo cuanto los dirigentes más lucidos o menos obtusos deciden seguir camuflados bajo la protección de la democracia real y privada de la burguesía, e incluso seguir bajo el paraguas protector de la democracia “formal”.

El sensacionalismo de la prensa burguesa ayuda a falsear u ocultar estas realidades al centrar la atención de la gente atónica en el tópico de los grupos fascistas con toda su parafernalia de gestos, poses, vestimentas, rituales y violencias machistas y racistas. Todo esto es cierto y debe ser conocido, requisito imprescindible para ser combatido en la calles mediante la movilización social ofensiva. Pero la trampa radica en que si sólo se ve esta parte del problema, la punta de iceberg, se ignora la estructura del fascismo y del neofascismo imbricada con más fuerza de lo que sospechamos dentro del cerebro del capitalismo, dentro de esas organizaciones privadas, clubes fundaciones burguesas, dentro del Estado, etc.

Un ejemplo al respecto lo tenemos en la proliferación de “empresas de seguridad” en manos de sectores fascistas de la burguesía española, sectores que no dudan en endurecer la represión y en recortar los derechos, mientras juran y prometen ser “demócratas” de toda la vida, a la espera de mostrarse tal cual son. Muchos fascistas de base, carne de cañón, han sido formados en esas empresas o en instituciones del Estado, y dominan áreas importantes del negocio de la diversión, el placer y la noche. Existen investigaciones clásicas sobre la formación de las primeras bandas armadas protofascistas formadas por gentes del lumpen proletariado, del precariado, de la pequeña burguesía arruinada, de soldados desmovilizados, del hampa y de las mafias, etc., pero organizadas, disciplinadas y mandadas por respetables organizaciones burguesas con una visión muy clara de qué grado de terror letal aleatorio tenían que aplicar en determinados momentos, casi siempre en conexión con la centralidad represiva del Estado. Luego, sobre esta experiencia e integrando a muchos de estos grupos, aparecería el fascismo.

Pero por lo general, a diferencia del fascismo clásico, que aplasta todo a golpes, el neofascismo busca moverse dentro de la normalidad el tiempo que sea posible. Mientras que el fascismo se vanagloriaba de la represión, el neofascismo busca protegerse en la democracia “formal” mientras no sea necesario quitarse la piel de cordero. Esta opción relativa del neofascismo por la normalidad dentro de su Estado, que no en el exterior, no le impide recurrir a dosis de represión aleatoria que recae sobre grupos relativamente amplios mezclando las detenciones selectivas con las menos imprecisas y con las oficialmente inocentes. Se busca que en esos sectores sociales se inicie un proceso de descomposición que de la incertidumbre creada por la inseguridad ante la represión aleatoria, se ascienda al miedo y al pánico para terminar en la renuncia del derrotado que admite con pasividad resignada la dictadura del Estado.

La represión aleatoria es común en su esencia a todos los regímenes opresores. El terror inquisitorial católico es un ejemplo espeluznante al respecto ya que bastaba una denuncia anónima para desencadenarse un proceso humanamente insoportable. Actualmente la “democracia” española muestra su componente neofascista al aplicar la represión aleatoria contra todo el Pueblo Vasco en general, más específicamente contra el mayoritario movimiento soberanista y, dentro de este, más concretamente contra el independentismo y la izquierda vasca. Formalmente, el Estado español es una “democracia”, en la práctica es una monarquía con poderes extraparlamentarios que garantiza la unidad territorial del Estado como auténtica cárcel de pueblos. Un entramado de leyes e instituciones típicamente neofascistas, como la Ley de Partidos Políticos, las leyes “antiterroristas”, la Audiencia Nacional, etc., son los pilares de esta cárcel de pueblos que es “España”.

El neofascismo hace que cientos de miles de vascas y vascos vivan bajo múltiples represiones que revolotean sobre ellas, entran en su cotidianeidad, anulan sus derechos básicos. Unas represiones destruyen los derechos de información; otras los de reunión y debate; las hay que aplastan las de expresión y manifestación, y también las del voto libre y secreto. Naturalmente, no existen derechos de los detenidos y detenidas, las torturas y malos tratos son una realidad, y las personas sufren condiciones muy duras de encarcelamiento, condiciones que están en la base de las muertes sufridas dentro de la cárcel. De entre muchos ejemplos sobre en neofascismo español, escogemos sólo dos: el Estado español incumple sus propias leyes penitenciarias, las retuerce y estira al máximo para multiplicar la represión contra el Pueblo Vasco y, además, se ensaña con odio vengativo contra las familias y amistades de las prisioneras y prisioneros, que sufren verdaderas “condenas alegales” por el simple hecho de ser familiares o amistades.

El Pueblo Vasco sufre la represión aleatoria consistente en que las múltiples represiones concretas, centralizadas estratégicamente por y en el Estado y aplicadas meticulosamente por sus burocracias entre las que destacan las instituciones autonómicas y forales, pueden golpear a cualquier en cualquier momento y con cualquier excusa ya que todo o prácticamente todo acto es perseguible y punible por las leyes españolas. Para el conjunto del Estado, la represión contra el Pueblo Vasco surte el mismo efecto que la represión de los gitanos, judíos, comunistas, socialistas, etc., por los nazi, pero con la diferencia de que en el Estado español los vascos vivimos concentrados en una zona --más tarde los nazis crearían guetos judíos siguiendo una vieja táctica aplicada masivamente por los españoles en Cuba a finales del siglo XIX-- mientras que en la Alemania nazi las víctimas estaban dispersas.

A diferencia del neofascismo español que, por ahora, aplica la represión aleatoria mayormente a Euskal Herria y dentro de su democracia formal, el fascismo aplica el terror paralizante con represiones generalizadas siguiendo un plan racional y metódico en el que también actúa la brutalidad con forma aleatoria y fortuita, inesperada, sobre grupos sociales o personas que no han resistido nunca, que se creen fuera de todo peligro por su mansedumbre e incapaces de sobreponerse a la irracionalidad del sufrimiento que les destroza sin causa aparente. Su dolor incomprensible actúa como devastadora advertencia para el resto de la sociedad que ve aterrorizada cómo el poder absoluto machaca a quien la da la gana y cuando le da la gana sin tener ninguna razón para hacerlo. El neofascismo, por el contrario y como hemos visto, no necesita aún llegar a estos niveles porque todavía puede contener las luchas sociales con métodos menos brutales pero más efectivos a medio y largo plazo, excepto cuando ha de aplastar reivindicaciones tan elementales como la vasca que concitan el apoyo mayoritario del pueblo.


4. NEOFASCISMO Y FASCISMO EN LA DEMOCRACIA ESPAÑOLA:


No pensemos que estas diferencias entre fascismo y el neofascismo anulan la identidad que les une. Las diferencias aquí expuestas responden a criterios tácticos y oportunistas impuestos por la diferencia de contexto entre el imperialismo actual neofascista y el imperialismo fascista de hace algo más de medio siglo. Más aún, como veíamos en 2004, el neofascismo y el fascismo se aplican a la vez por el mismo Estado pero para situaciones diferentes: el primero, dentro del territorio estatal mientras que el segundo, fuera de éste, contra los pueblos expoliados por el imperialismo ejercido por el Estado para defender los intereses de sus transnacionales monopolísticas. Por ejemplo, el imperialismo español en las Américas ha tenido uno de los mayores actos de fascismo en las declaraciones del Borbón contra Hugo Chávez, presidente venezolano. Y podríamos poner muchos más ejemplos.

La contestación de Zapatero a Chávez --recordemos que éste llamaba fascista a Aznar-- de que Aznar había sido elegido democráticamente es insostenible porque, primero, olvida que poco antes de instaurar la dictadura nazi, Hitler había ganado unas elecciones democráticas, lo que muestra que el fascismo puede convivir durante un tiempo por la democracia burguesa, como de hecho lo hace el neofascismo; segundo, es una respuesta típicamente nacionalista imperialista pues sale en defensa de un “compatriota” aunque sea un fascista denunciado con toda razón, aplicando la misma lógica que usan los EEUU para impedir que sean criticados y juzgados los actos de sus tropas en el extranjero; y tercero, sobre todo, se escabulle en lo decisivo, o sea, en que es la práctica política y social, cultural, etc., la que define a los sujetos y a los partidos, no la forma en la que llegan al poder. Los presidentes yanquis han llegado al gobierno mediante la débil democracia burguesa, pese a lo cual mantienen internamente una política con fuertes contenidos neofascistas en muchas cuestiones, y fascista clásica, pura y dura, en su imperialismo internacional. En realidad, Zapatero ni quería ni podía darle la razón a Chávez porque el gobierno socialista ha mejorado políticas neofascistas internas de Aznar --represión contra Euskal Herria-- y fascistas externas, como el apoyo a la genocida invasión y ocupación del Pueblo Saharaui por Marruecos.

Pero hay una forma de fascismo que también se aplica dentro de los límites territoriales del Estado, y es contra las naciones que oprime en su interior. Si el rey de los españoles tuvo un comportamiento fascista en las Américas, antes había tenido otro tanto más despectivo y despreciativo contra Euskal Herria: en un acto público español en tierras vascas, el rey de los españoles hizo un grosero, sexista y machista gesto con el dedo corazón o mayor extendido y la mano cerrada, el vulgar “jodeos” u “os jodo”, recogido por todas las cámaras, dedicado a las personas dignas que denunciaban su intromisión en nuestro país. El patriarcado hace de la violación sexual material o simbólica una de las mayores demostraciones de poder que puedan existir, sobre todo cuando va unido a la feminización del hombre vencido, derrotado. Violar físicamente a los vencidos ha sido y sigue siendo una de las formas absolutas de humillación, y violar a las mujeres de los pueblos invadidos también.

El fascismo integró el patriarcado más obsceno en su mística disciplinar, sádica y masoquista, militarista, sobrecargada de simbología fálica y misógina, con directas alusiones al dolor y al sacrificio de los de inferiores, vencidos y explotados, y al placer y al orgullo de los superiores, vencedores y explotadores. Todas pautas del sexismo machista están operativas en el fascismo, y una de ellas, también presente en otras formas de patriarcado, es la del gesto de “os jodo” o “jodeos”. El rey de los españoles, el mismo que fracasó al intentar silenciar autoritariamente a Hugo Chávez, expresó con su gesto la esencia machista y violadora del imperialismo español en tierras vascas, el mismo que se practica frecuentemente en las torturas en nuestro país. Pero también fracasó.

Otra identidad consiste en que el fascismo y el neofascismo buscan crear una base social de apoyo a la represión. En realidad se trata de un objetivo común a todos los poderes, pero en el fascismo se eleva a su máxima expresión porque ese apoyo le conviene para perfeccionar al máximo el terror que aplica. Los regímenes fascistas quieren que la población colabore activamente en todo el proceso que empieza en el control social, sigue en la vigilancia y, mediante la delación colaboracionista llega a las detenciones masivas, para seguir luego con las delaciones más precisas contra los quienes han logrado salvarse. Insistimos en que este objetivo es perseguido por todos los estados explotadores, y como ejemplo tenemos las doctrinas, sistemas y estrategias represivas contra el independentismo vasco todos los gobiernos españoles, sobre todo el Plan ZEN del PSOE de finales de 1982 y comienzos de 1983 que es la base de todos los posteriores, pero el fascismo lleva esta movilización al máximo, y el neofascismo la lleva a niveles no tan exacerbados como los del fascismo pero superiores a los de la democracia burguesa “normal”.

Otra característica común es la del nacionalismo imperialista. El fascismo ha elevado la nación capitalista y la “raza dominante”, sea la alemana o la española, al fanatismo más desquiciado, y el neofascismo se le aproxima en lo esencial, sobre todo contra las naciones que oprime, pero buscando darle al nacionalismo una aureola democraticista, como la del “patriotismo constitucional” español. No es casualidad que sea con un gobierno del PSOE cuando realice el primer viaje imperialista de la corona española a las plazas militares españolas en tierras africanas, Ceuta y Melilla, que pertenecen al pueblo amazig o berebere. Un viaje con tres objetivos básicos: rentabilizar electoralmente el nacionalismo imperialista azuzado por el PSOE ante las elecciones generales que se aproximan, también en esas plazas coloniales en donde el PP en mayoritario, mermando su influencia; aumentar el nacionalismo español ante el aumento de las reivindicaciones de las naciones oprimidas dentro del territorio estatal español y aumentar la moral de las tropas invasoras y de la población civil allí trasladada ante las incertidumbres del futuro al aumentar las justas reivindicaciones de los pueblos musulmanes.

Mediante el nacionalismo imperialista, la burguesía logra la colaboración activa de las clases trabajadoras y de la pequeña burguesía. En el fascismo y en el neofascismo, semejante logro es innegable y también vital para asentar fuertemente la colaboración de las masas en la represión generalizada arriba analizada. Por una serie de errores garrafales de las izquierdas europeas desde la mitad de los años ’20 en adelante, achacables sobre todo a la degeneración burocrática de la URSS, el movimiento obrero y revolucionario fue de derrota en derrota, precipitando la desmoralización y división. Sin referente alguno que explicase teóricamente qué estaba sucediendo y que respondiese a las preguntas e inquietudes sociales, fracciones de las clases trabajadoras y especialmente de la pequeña burguesía giraron hacia el fascismo. Este proceso se ha reactivado, en un contexto diferente en muchas cosas pero similar en algunas otras, desde finales de los ’80 hasta la actualidad, facilitando un repunte electoral del fascismo y del neofascismo en muchos sitios de Europa.

La integración de partes importantes del movimiento obrero controlado por la burocracia sindical en la lógica capitalista refuerza el componente nacionalista opresor en todas sus expresiones. El neofascismo encubierto tiene una de sus fuerzas básicas en este universo de comportamientos alienados pero también conscientes muchos de ellos, egoístas, consumistas e insolidarios. Sin profundizar en absoluto, de inmediato encontramos por todas partes múltiples ejemplos: la pasividad del reformismo sindical ante el terrorismo patronal contra la clase trabajadora que en el Estado español se plasma en una media de tres víctimas al día; la privatización acelerada de CCOO, su corrupción y el giro de su dirección a la peor derecha, en medio de la pasividad de las bases; el nacionalismo imperialista de este sindicato obsesionado por frenar el aumento de las reivindicaciones nacionales de los pueblos oprimidos; el racismo y el sexismo que crece entre las clases trabajadoras, etc.


5.- NEOFASCISMO Y FASCISMO EN LA DEMOCRACIA FRANCESA:


En el Estado francés la situación no es mejor sino que incluso peor en determinadas problemáticas como las luchas de la juventud obrera de origen emigrante, problema que aparecerá indefectiblemente con el tiempo en el Estado español. Sarkozy es el típico líder presidencialista y neofascista con tintes claramente fascistas y también populistas de derechas, que recurre al democratismo autoritario para así llegar a un amplio espectro de votantes, siguiendo un modelo poliédrico y multifacético de promesas destinadas a muy amplios sectores, modelo que es el dominante en el capitalismo actual porque permite utilizar lo “mejor” de cada forma de gobierno que ha ido inventado la burguesía dentro de una tendencia al recorte de libertades, ampliación de los poderes incontrolables y de la impunidad operativa del Estado y de las organizaciones secretas y privadas de la clase dominante, que tienen más poder real que los partidos electoralistas, controlando a sus dirección desde fuera de ellos y cuyos tentáculos finos y dúctiles penetran en todos los resquicios de la burocracia parlamentarista.

La mezcla de estos y otros componentes --neofascismo, fascismo, bonapartismo, populismo, democratismo autoritario, etc.,-- es siempre ágil y en función de las complejas necesidades del poder, utilizando todas las técnicas de la ciencia de la manipulación psicológica de masas que se ha desarrollado mucho tras la derrota en 1945 del fascismo precisamente para lograr los mismos objetivos y otros más sin tener que recurrir a sus brutalidades inhumanas, al menos dentro del propio Estado. Sarkozy, al igual que otros muchos representantes de la burguesía imperialista, desarrolla tal o cual componente de los vistos más o menos que otros según las urgencias del momento y según una visión de medio y largo plazo siempre dentro de la tendencia ya vista hacia el aumento del poder antidemocrático de la burguesía. Vamos a analizar cinco ejemplos típicos al respecto que se están desarrollando en el presente.

El primero es el del endurecimiento represivo contra el independentismo vasco en la parte de Euskal Herria dominada por el Estado francés. Si bien, la cohesión nacional burguesa del Estado francés es superior a la del Estado español por comprensibles razones históricas, aún así existen pueblos oprimidos que se niegan a desaparecer bajo la asimilación francesa, y el Pueblo Vasco es uno de ellos. Las movilizaciones de todo tipo a favor de mejoras sustanciales en los muy reducidos derechos nacionales, van en aumento, y con ellas las formas de lucha contra todas las formas de explotación. El Estado francés es consciente del progresivo aumento de la conciencia vasca en una población sujeta a toda clase se presiones, sobre todo a las de la desertización industrial y dependencia económica del turismo medio y alto. La represión se está endureciendo y centrándose en la juventud, en medio del silencio absoluto de la prensa francesa que no filtra apenas información alguna.

El segundo es el de las tácticas de todo tipo empleadas por la burguesía francesa para intentar destrozar las actuales movilizaciones obreras --funcionarios, transportes, educación, etc.,-- contra la extrema dureza de los ataques capitalistas. La burguesía ha intentando y parcialmente ha conseguido movilizar a sectores populares contra el básico derecho de huelga, amparándose en la excusa de que las huelgas del transporte y otras, además de infundadas y de defender “privilegios injustos” de funcionarios y otros trabajadores, también atentan contra los “derechos colectivos e individuales”, contra la “libertad de transporte y de trabajo”, contra los “derechos del consumidor”, etc., y también contra la “economía nacional”, debilitando así a la “nación francesa” en una situación mundial especialmente convulsa y grave. Vemos cómo la burguesía, utilizando todos los recursos que le permite la centralidad represiva de su Estado, logra en cierta forma enfrentar a una parte del pueblo trabajador contra otra parte, método que el fascismo aplicó por primera vez en Italia contra el movimiento obrero revolucionario, pero que, en cuanto método, ya había sido empleado por la socialdemocracia alemana en 1918-19 contra la izquierda y antes, en verano de 1917 por el Gobierno Provisional ruso contra los soviets y contra los bolcheviques, por no retroceder más en el tiempo.

El tercer ejemplo es el clima racista que la derecha francesa ha generalizado contra el movimiento obrero juvenil de origen emigrante, que inició su escalada tras la impresionante oleada de luchas en el invierno de 2005, que ha permanecido latente y que ahora mismo, a finales de noviembre de 2007, puede rebrotar otra vez. Sarkozy llegó a la presidencia en gran medida debido a cómo azuzó el neofascismo y el racismo latente en sectores de la población, presentándose como el único líder capaz de resolver la “crisis nacional francesa” originada por el “ataque interno” de la juventud de origen emigrante. Recordemos que una de las grandes bazas propagandísticas de Hitler fue la de la “puñalada por la espalda” en alusión a que la derrota alemana en la guerra de 1914-18 no se había producido por la superioridad de los aliados sino por la traición interna. Con matices secundarios, Sarkozy habló del “enemigo interno” y, copiando a la extrema derecha fascista y fundamentalista cristiana de los EEUU, añadió que existía también una “lucha de civilizaciones” entre el cristianismo y el islamismo. La creación por el poder establecido de una excusa basada en la “alianza del enemigo interno y externo” es tan vieja como la política, y el fascismo de antes de 1945 la elevó el nazismo al máximo al crear los mitos de “occidente germano contra oriente bolchevique”, el fascismo italiano el de “civilización romana contra barbarie africana”, y el franquismo es de “reserva espiritual de occidente”.

El cuarto ejemplo es el del famoso viaje de Sarkozy al Chad en rescate de los saqueadores franceses de niñas y niños chadianos. Dejando de lado la responsabilidad que pueda tener la Administración francesa en esta trata de esclavas y esclavos infantiles, así como el papel que, contradictoria y muy limitadamente juegan las ONGs en la ayuda material a las zonas más explotadas y empobrecidas del planeta, el viaje de Sarkozy buscaba dar un ejemplo de “responsabilidad del líder para con sus súbditos”, el “pastor que guarda a su rebaño”, etc. Una de las bazas del viaje radicaba precisamente en la aureola que tienen aún muchas ONGs de “ayuda humanitaria”, cuando en realidad son en su inmensa mayorías muy efectivas organizaciones en manos imperialistas, al margen de lo que subjetiva e individualmente puedan creer la totalidad del voluntariado que colabora con ellas y parte de su burocracia interna.

La prensa de centro y reformista francesa ha puesto en grito en el cielo por la imagen del presidente, pero la razón que les ha llevado a protestar es que han comprendido la efectividad del viaje en lo que toca a la manipulación de la psicología de las masas dependientes afectivamente de su líder, necesitadas de que éste les proteja en los momentos de peligro. Esta psicología es común en las sociedades autoritarias y moralmente castradoras, es decir, que amputan desde la primera infancia el espíritu crítico y libre de las personas para hacerlas bueyes, dóciles brutos de carga y de trabajo. Todas estas sociedades necesitan de un líder que sea la imagen encarnada del Padre, pero el fascismo ha llevado este método de deshumanización a extremos sólo igualados por la Iglesia católica, que se mueve en otra escala. El Führer, el Duce, el Caudillo, etc., son figuras claves en los regímenes fascistas, y también en los que aúnan todos los métodos de dominio, sobre todo los personalistas, como el presidencialismo, el militarismo, la monarquía y el neofascismo.

El quinto y último ejemplo no es otro que el fuerte repunte del nacionalismo imperialista francés, como se demostró en las pasadas elecciones generales. No podemos analizar este repunte como un simple “factor” más, desconectado del resto, y que puede subir o bajar al margen de la marcha general de las contradicciones. Como se vio en todo el período electoral, el nacionalismo francés es tanto una causa como un efecto inmerso en la evolución general del Estado pero con un matiz fundamental que hay que destacar: todo nacionalismo burgués es impulsado desde los aparatos de control, teledirección y manipulación de masas de que dispone el bloque de clases dominante. Sus querellas internas sólo marcan la evolución del desarrollo de tal o cual elemento específico del nacionalismo común a toda la clase dominante, ya que las fracciones más reaccionarias y primitivas interpretan los mitos de una forma y las menos reaccionarias de otra forma, o crean mitos nuevos, más acordes con sus necesidades. Semejantes pugnas son comunes a la historiografía nacionalista burguesa y una de las tareas prioritarias de los historiadores oficiales es realizar bien el trabajo de creación del nacionalismo imperialista tal cual se lo ordenan las diversas fracciones capitalistas.

La (re)construcción del nacionalismo francés está inmersa en la misma dinámica que marca a otros nacionalismos burgueses, el español, sin ir muy lejos. Sin embargo, como ya se advertía en el texto de 2004, han variado bastante con respecto a hace sesenta años las condiciones mundiales que propician esta nueva oleada, o lo que es lo mismo, dado que la fase actual de concentración y centralización de capitales está mucho más acentuada que entonces, ahora los nacionalismos de los Estados imperialistas secundarios deben agruparse entre sí para responder a las superiores exigencias de la competencia mundial interimperialista y a la creciente resistencia de los pueblos. Actualmente, el euroimperialismo integra a los nacionalismos alemán y francés, por ejemplo, que se destrozaron mutuamente en varias guerras entre el comienzo del siglo XIX y la mitad del XX. Quiere esto decir, que el nacionalismo fascista ha de adaptarse a las nuevas condiciones y que la mejor forma de hacerlo es plegarse en muchos aspectos a las formas democratistas tras las que se disfraza el neofascismo dentro del propio Estado, para aparecer con toda su letalidad mortal cuando la burguesía despliega el fascismo fuera de sus fronteras. En estos casos, el nacionalismo imperialista recupera frecuentemente su anterior “orgullo patrio”.


6.- CENTRALIDAD DEL ESTADO Y FUERZAS POLÍTICAS:


Un ejemplo al respecto lo tenemos en los debates entre el PP y el PSOE sobre qué hacer con las tropas de “ayuda humanitaria” o de “intervención rápida”, que son las dos formas de denominar ahora a los clásicos cuerpos de invasiones expedicionarias. Todo el nacionalismo español está a favor de estas invasiones disfrazadas, pero sus dos principales corrientes, la del PSOE y la del PP, discrepan en el uso político interno de los muertos por las resistencias de los pueblos invadidos. Los primeros pretenden rentabilizarlos mediante el “patriotismo constitucional” envuelto en todas las banderas y parafernalias militaristas, y los segundos, el PP, mediante la vuelta a los honores que se les rendían durante el franquismo y el anterior gobierno del PP.

Podríamos seguir analizando las similitudes entre el fascismo y el neofascismo, pero debemos reseñar que también existen diferencias según sus diversos Estados-cuna. Por ejemplo, el catolicismo y otras corrientes cristianas apoyaron al fascismo en todas partes, y sólo se le resistieron grupos muy pequeños a pesar de que el grueso del fascismo sea claramente laico, agnóstico y hasta ateo, con reminiscencias paganas precristianas como en el nazismo alemán. Pese a esto, los ejércitos fascistas contaron con abundantes sacerdotes que bendecían sus crímenes, como en Argentina en 1976-83 y en tantos otros lugares. En el caso español, la Iglesia católica ha sido y es no sólo un baluarte inexpugnable de la “reserva espiritual de occidente”, sino uno de los poderes sociales más activos en la creación la “identidad española” desde que a finales del siglo XV se iniciase la escabechina en las Américas y a comienzos del siglo XVI se invadiera lo que quedaba de Estado vasco independiente, el reino de Nafarroa. Las dos agresiones contaron con el impulso de Roma.

La Iglesia ha sido y es fundamental en la (re)creación del nacionalismo español en su forma más extrema, sostiene la vigencia del “nacional catolicismo” franquista y del carácter de “cruzada” de la sublevación franquista contra una República elegida democráticamente, verdadera degollina de seres humanos y una de las demostraciones más crueles e innegables de que dios no existe, y de que si existiera habría que llevarlo a juicio popular por genocida sociópata.

Otras veces, las similitudes y diferencias entre el fascismo y el neofascismo se muestran operando simultáneamente. Nos referimos al comportamiento fríamente ambiguo del PP frente a la sentencia judicial sobre la autoría de las explosiones del 11 de marzo de 2004 en la estación Atocha de Madrid. La justicia burguesa ha confirmado lo que ya se sabía: que no había sido ETA la autora, que había sido una organización islámica. Pese a esta certidumbre, el PP ha reaccionado de manera fascista y de manera neofascista. La primera consiste en rechazar la sentencia tras sostener que el sistema judicial iba a beneficiar al PSOE. Una de las formas de actuar del fascismo es negar todos aquellos componentes de la justicia burguesa que, por lo que fuera, no son directamente manipulables por el poder fascista. Las nuevas leyes de Mussolini y Franco, pero sobre todo de Hitler, así lo demuestran, y lo hicieron encima aumentando la esencia contrarrevolucionaria burguesa de su propio aparato de justicia. Esta dinámica es la que está desarrollando el PP en todo lo relacionado con la justicia burguesa y machista del Estado español, llevando sus ataques al máximo en el caso de la sentencia sobre el 11-M/2004.

La manera neofascista de reaccionar del PP consiste en que, por el otro lado y con la boca torcida, reconoce en voz baja la sentencia pero insistiendo en que deben seguir las investigaciones policiales y judiciales. En este segundo caso, no atacan de frente al sistema judicial sino que, tras aceptar “democráticamente” el fallo, “aconsejan” que se siga el procedimiento hasta descubrir “toda la verdad”, con lo que se está diciendo de forma indirecta que la sentencia es incompleta. Simultaneando las dos respuestas, el PP logra contentar a sus bases fascistas y también presentarse como “demócrata” frente a sus bases centristas y neofascistas, que por diversas razones no aceptan una crítica destructiva contra la “justicia imparcial”, aunque sí algunos estirones de oreja.

Sin embargo, tanto el PP como el PSOE, también el PCE e IU y otros partidos regionalistas y autonomistas, constitucionalistas todos, defienden a capa y espada las excelencias de la justicia cuando se trata de machacar a Euskal Herria, silenciar las torturas, los malos tratos y las incorrecciones en el fondo y en la forma de muchos procesos judiciales, empezando por la propia existencia de la denominada Audiencia Nacional, vestigio viviente de la Inquisición y del Santo Oficio. De igual modo, silencian el recrudecimiento impresionante de la represión económica, es decir, de las multas que manifestantes, militantes y organizaciones de actos reivindicativos y de denuncia democrática, deben pagar cada vez más.

Tanto las organizaciones independentistas como las izquierdas españolas están siendo acogotadas económicamente por la represión financiera estatal en medio del silencio de la “izquierda” de su Majestad. Las multas no son una novedad introducida por la “democracia” sino que ya fueron aplicadas masivamente por el franquismo. El Pueblo Vasco tiene mucha experiencia al respecto, y estamos seguros que los demás también. El sistema represivo actual integra tanto las demandas económicas presentadas ante los tribunales por las organizaciones fascistas más duras contra los luchadores, como la específica iniciativa propia de la “legislación democrática”.

Si nos fijamos en el programa electoral del PP, veremos que es llamativamente impreciso y hueco, demagógico, no sólo por las diferencias internas en el partido, sino sobre todo por la necesidad que tiene de usar todas las tácticas de manipulación y atracción de votos, de modo que sus corrientes fascistas puedan sentirse cómodas con sus corrientes de centro-derecha y hasta con la de centro a secas que están dudando entre el PP, el PSOE y otros partidos regionalistas y autonomistas. Pero lo que unifica al PP es la necesidad de crear más tensión para acorralar al PSOE e impedir que se asiente su mensaje centrista y reformista. La tensión social es provocada de muchas formas, y las bestias fascistas, las que asesinaron a Carlos Palomino, son una de ellas.

Sin embargo, por debajo de estas discrepancias más o menos serias, existe una unidad sustantiva irrompible que no es otra que la necesidad objetiva de mantener y reforzar la centralidad del Estado. La burguesía española sabe que comparada con otras, es débil, que su octavo puesto en la escala de economías capitalistas no corresponde a la potencia real de las fuerzas productivas industriales desarrolladas, sino a una serie de factores pasajeros que la han aupado a ese nivel, pero que tenderán a debilitarse con el tiempo, arrastrando al Estado español hacia abajo. De hecho, en todos los índices serios y rigurosos sobre la verdadera potencia económica española, ésta aparece más abajo que ese octavo puesto.

Por tanto, los partidos españoles, incluidos el PCE e IU, así como CCOO y UGT, tienen asumido con diversos matices secundarios que lo prioritario en estos momentos es asegurar el futuro de la “economía nacional”. De hecho, esta obsesión ha dominado en el PCE y en CCOO desde que se arrodillaron ante la burguesía postfranquista, por no hablar del resto. Todos ellos asumen que es imprescindible “aceptar sacrificios”, es decir, aumentar los beneficios burgueses en detrimento de las condiciones de vida de las clases trabajadoras --empobrecimiento relativo y absoluto, según las franjas sociales afectadas-- lo que obligatoriamente va unido a un empobrecimiento de las libertades y de la democracia “formal”, como efectivamente ha sucedido y está sucediendo.

Pero la fuerza de la centralidad del Estado no radica sólo en el efecto absorbente y aspirador de la “economía nacional”, sino, también, en la fuerza irracional del nacionalismo burgués español dentro de los partidos y sindicatos. Dejando de lado, por obvio, al nacionalismo imperialista del PP, el PSOE fue españolista prácticamente desde su fundación. Las hemerotecas están repletas de declaraciones y textos del PSOE contra la lengua y la cultura vasca, destilando desprecio y racismo, o simplemente, justificando la necesidad de su desaparición histórica como en 1911. Después, sólo la resistencia creciente del Pueblo Vasco ha obligado al PSOE a moderar parcialmente su agresividad españolista antivasca. En cuanto al PCE, el momento de giro definitivo al nacionalismo español se produjo a partir de 1937 y de forma irreversible en 1945.

Cuando hablamos de centralidad del Estado nos referimos, por tanto, también al poder alienante de su nacionalismo burgués, poder reforzado por los partidos de leal oposición a su Majestad, que en su práctica diaria interna y externa hacen esfuerzos continuados por modernizar ese nacionalismo, adaptándolo a las exigencias del imperialismo capitalista mundial, para que pueda competir en mejores condiciones. Según se exponía en el texto de 2004 “Contra el neofascismo”, la contradicción irreconciliable de dos naciones opuestas, la proletaria y la burguesa, dentro de la nación opresora, es una de las grandes cuestiones ante las que huye precipitadamente el reformismo duro y blando, y el centro reformista también. La historia demuestra que el demoledor poder alienante del nacionalismo imperialista entre las clases oprimidas de la nación que oprime a otros pueblos.

No debiera ser motivo de sorpresa el hecho de que las naciones oprimidas que han desarrollado un proyecto independentista, socialista y no patriarcal, tengan más posibilidades de lucha de masas contra el fascismo y el neofascismo que los pueblos que no sufren opresión nacional y que por diferentes razones no han podido desarrollar un modelo nacional proletario opuesto a la nación burguesa, de cuyo extremo surge el fascismo. La incapacidad de la izquierda para liderar la nación proletaria enfrentada a la nación burguesa, bien sea por un falso internacionalismo o porque ha sido contaminada por la ideología nacionalista dominante, dicha incapacidad, es una de las razones más poderosas que explican la fuerza irracional del fascismo y la fácil penetración del neofascismo en las sociedades imperialistas.

Cuando en situaciones de crisis estructural y profunda del marco estato-nacional, las fuerzas revolucionarias no saben o no quieren plantear la lucha irreconciliable contra la burguesía también en el plano de la identidad nacional contradictoria en sí misma, movilizando sus componentes progresistas y conscientes para desarrollar la nación proletaria, entonces, más temprano que tarde dependiendo de las circunstancias concretas, sectores de las clases trabajadoras empezarán a mirar con alguna simpatía al fascismo, siguiendo el camino abierto antes por la pequeña burguesía. Esta es una de las lecciones históricas más reiteradas desde la irrupción del fascismo, pero también en lo que concierne a la pequeña burguesía y sectores burgueses decadentes de la fuerza del bonapartismo, del presidencialismo y de las jefaturas militares. La psicología de masas del fascismo ha llevado a niveles más profundos y extensos esta capacidad de manipulación teledirigida de los miedos inconscientes de la sociedad. El neofascismo ha adaptado ese método a las condiciones del capitalismo de los últimos años.

Un objetivo básico del marxismo, y a la vez uno de sus métodos de acción cotidiana, es el de hacer consciente lo inconsciente, justo lo opuesto de lo que pretende y en lo que se basan el neofascismo, el fascismo y la misma ideología burguesa que estructura a los dos. La burguesía ha convertido la manipulación del inconsciente colectivo en una industria politizada y en una política industrializada, algo que apenas estaba en sus inicios en la época del fascismo clásico. Las izquierdas revolucionarias debemos redoblar nuestros esfuerzos en esta problemática que se propaga como un cáncer.

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