lunes, 17 de marzo de 2008

Exaltación de la democracia


Recuerdo bien cuando, al principiar nuestra “democracia” (el partido comunista aun no había sido legalizado), se incitaba a los militantes y simpatizantes comunistas a declarar abiertamente que lo eran. 30 años después la situación al respecto es algo distinta, pésimamente distinta, en lo que se refiere a aquel valentísimo talante nuestro.

Hoy es frecuente, en los más progresistas medios alternativos de comunicación de izquierdas, leer exaltaciones y apologías de la democracia (sea la democracia participativa o se trate solo de la democracia consistente en mera representación, en parlamentarismo). Y resulta realmente paradójico el uso y abuso de este concepto frente a la ausencia casi absoluta del concepto comunismo (mayormente utilizado por las derechas para denominar toda acción radical o metademocrática; tomando aquí democracia en el sentido meramente representacional del término, esto es: la democracia representativa. Y por metademocracia inteligiendo el comunismo -aunque algunos podrían pensar en la tiranía y la dictadura-, esto es: el comunismo en tanto en cuanto dictadura de la comunidad). Y estas apologías y exaltaciones están hechas por hombres movidos por un pragmático realismo o por un falso creer o aparentar hilar más fino que los otros.

La política y las ciudades (las “polis”) se consolidaron al unísono en Grecia (un pueblo con gran sentido de lo común y, por ello, metonímicamente amante de la sabiduría y de las ciencias); pues la ciudades se consolidaron no mediante muros, sino por virtud de la política. Y estas se consolidaron al tiempo que la democracia (y, junto con ellas, la ética), mediante un acto de fuerza político-democratizadora llevado a cabo por Clístenes, del clan de los Alcmeónides: mezclando tribus ancestrales, obligándolas a ir más allá de sus limitados intereses gentilicios, para optimizar la supervivencia de éstas (y en dichas ciudades proteger especialmente, con la ayuda de todos, a la clase mas favorecida, a la aristocracia). Pero además de por esta razón aludida, la política y la democracia (inteligiendo aquí la política en cuanto sinónimo de democracia) nacieron también en Grecia como intento para mitigar los males sociales de los hombres, especialmente los males relativos a la no posesión de las riquezas, y como una necesaria recompensa por la potencial ayuda política, ciudadana, prestada a los portadores de la virtud: los aristócratas. La política y la democracia nacieron de la mano de los hombres más sanamente ambiciosos, experimentados y astutos; los cuales, con un pensar y actuar en cierta medida meta-aristocrático, sintiendo la naturaleza comunal de la política y sus ventajas, se percataron que más allá de las riquezas y seguridades sociales (riquezas relativas a las diferencias de clases, a las jerarquías, o a las tribus y gremios) se debían hallar otras riquezas y unas seguridades mayores y más verdaderas, más gozosas, esto es: debían hallarse las riquezas y seguridades de la comunidad en tanto en cuanto comunidad ético-política (ella misma, la comunidad, considerada como la mayor de las riquezas y la mayor seguridad, transida por la filia; siendo esto último algo que hoy, si nos liberásemos de la alienación política padecida, podríamos comprender mejor incluso que ellos mismos, los griegos, a la luz reciente del comunismo marxista). Ciertos griegos, especialmente los Alcmeónides, con Clístenes a la cabeza, se percataron de esto y actuaron en consecuencia. Pero ciertos actos conllevan más de lo que les confiere la intención que los sujetos que los ejecuta, por ello la política en cuanto democracia nació, conscientemente, como un intento moderno (la modernidad principia con Grecia), de sana ambición, de astucia y experiencia, para gozar de mayor seguridad; e inconscientemente ella nació como un intento de reinstaurar y restaura, modernizándolo, el comunalismo primitivo; y de paliar los males causados, y hacía ya largo tiempo padecidos, por la corrupción y jerarquización de la comunidad original; causados por la socialización de ésta, es decir: la política en cuanto democracia (como una especie de caridad, de gracia aristocrática, de verdadera gracia de la virtud) nació consciente e inconscientemente como un más salutífero intento para paliar los males provocados por la existencia de clases sociales, de jerarquías; nació para mitigar las miserias excesivas de los pueblos en cuanto sociedades y paliar la soledad de los sujetos cívicos-sociales, algo que verdaderamente solo se logra viviendo en comunidad; la política nació para mitigar esas miserias consistentes en la ex-propiación de bienes que dicha comunidad padecía, desde hacía ya muchísimo tiempo; expropiación hecha, sobre la comunidad, respecto de todas sus formas de riqueza, que así dejaron de ser riquezas y bienes propios de ella, riquezas comunales, y pasaron a privatizarse, o se originaban ya privatizadas, socializadas; las cuales llegaron de riquezas comunales a riquezas privadas sociales (pues lo privado tiene su origen en la privación a que está sometida la comunidad; y son muchos los sujetos privados de riqueza que hay detrás de toda propiedad privada; pues el mantenimiento permanente de la propiedad privada exige de sus propietarios y colaboradores un violento ejercicio continuo de privación -un cierto ejercicio desapropiador de bienes propios y apropiados- llevado a cabo sobre los otros, sobre la comunidad, ya que la riqueza es siempre de naturaleza comunal; producida por una cierta comunidad, aunque ésta se encuentre alienada en forma de comunidad corrupta, jerarquizada, es decir: en forma de sociedad). Sin embargo, ya decimos, la política en cuanto democracia nació en Grecia solo para mitigar la excesiva desproporción en el reparto de tales riquezas (tanto materiales como espirituales) y por una cuestión de gozar mayor seguridad, por una cuestión de fiabilidad política, de fiabilidad ciudadana; pero ella no cuestionaba la existencia de las jerarquías, ni la existencia de sus privilegios, sino solo sus excesivos desmanes, especialmente aquellos actos realizados por los oligarcas. Y así fue teóricamente hasta el siglo XIX, pero prácticamente perdura hasta nuestros días.

En el siglo XIX, superando la mera empiria democrática (aunque con el pensamiento puesto en una empiria comunal llevada a cabo por los pueblos en distintas épocas y edades; una empiria realizada en virtud de los universales del pensamiento comunal de cada sujeto, así como en virtud de los artes y las ciencias y la filosofía primera comunales), Marx teorizó epistemológicamente, por vez primera, el comunismo en cuanto la forma metademocrática de concebir lo común real y en cuanto optimización de la política griega y culminación de la verdadera política, de la máxima fiabilidad política: la que proporciona mayor confianza a los sujetos cívicos singulares, y no solo a una determinada clase con facultad exclusiva de legislar y decisión política, que los otros deben acatar y cumplir. Y siendo el comunismo, en la medida en que teóricamente se basa en la filosofía primera aristotélica, la única forma de realizar y politizar que no objetualiza a los hombres, se ha de llevar a cabo como un ejercicio de revolución realizadora permanente, en lucha continua contra cierta naturaleza negativa del realizar; contra esa propensión a lo inapropiado e injusto que el realizar tiene; contra su propensión a objetualizar, a alienar o cosificar a los sujetos naturales, incluidos los hombres: sus causas eficientes. Siendo esta permanente revolución comunista una revolución no meramente mecánica ni abstracta; pues, más allá de la imaginación, esta mecánica no existe (en la simple revolución astral, por ejemplo, los soles y planetas no pasan dos veces por el mismo punto ni son idénticos cada vez que pasan por este imaginario mismo punto inexistente; la Tierra, decimos, no es igual en todas las primaveras, la dialéctica lo impide).

Y Marx teorizó el comunismo basándose en los comunes de la naturaleza, como las especies y los géneros y demás categorías del ser, esto es: basándose en aquello solo a partir de lo cual se pueden ejercer óptimamente las ciencias y los artes; pues que sobre lo común jerarquizado sería imposible hacerlo, siendo también estos comunes aquellos elementos o formas sobre lo que se fundamentan los universales de la intelección y el pensamiento). Y es esta cualidad de lo comunal desarrollado por el comunismo marxista de lo que se ha apropiado el actual concepto de democracia progresista de izquierda, el concepto de democracia participativa, reivindicado incluso por ciudadanos de países llamados comunitas (países verdaderamente en vías de llegar a serlo). Este desarrollo realísimo, epistemológico, del comunismo marxista (este pensar nuevo, que demanda a un hombre nuevo) fue sentido por las oligarquías del siglo XIX y XX como algo irreal, como un terrorífico fantasma que recorría Europa, y el Mundo: un fantasma hondamente temido y repudiado por ellas. Y tan profunda fue la estigmatización que las oligarquías hicieron de él, y tan hondamente ha calado su repulsa, que su nombre ha llegado a ser elidido y eludido incluso por los comunistas más ortodoxos, sustituyéndolo en sus discursos por el concepto de democracia o, en el mejor de los casos, por el de socialismo (o por una combinación de ambos, lo que dio pie al nacimiento de la social-democracia). Así, lo mismo que las izquierdas han dejado de considerar necesaria a la filosofía primera aristotélica (cuya utilidad radica en “saber del ser en cuanto ser” para “saber ser”) para llevar a efecto las más óptimas revoluciones sociales, también ellas han dejado de considerar el concepto de comunismo. Todo el mundo reivindica la democracia, y el socialismo; todos los progresistas los quieren para sí, frente al paradigma triunfante, oligárquico y genocida, del primer mundo, democrático o social-demócrata. Y nadie, o muy pocos, reivindica ya el concepto de comunismo (a lo sumo, dicen, él está implícito en la reivindicación de la verdadera democracia, en la democracia participativa). Pero este es un pensamiento falaz, que ignora la tradición griega, un pensamiento que no ha asumido lo implícito y lo explícito en la praxis de su legado, como su más óptima anterioridad ético-política-filosófica; un legado en el que la política y la democracia griegas son antecedentes de la verdadera política y del comunismo en cuanto herederos de la política democrática antigua. Pues hoy un griego verdaderamente demócrata y consciente se auto-denominaría comunista; pues sabría que, dada la manipulación y enajenación de los actos y del pensamiento, ni siquiera la democracia participativa garantiza la equivalencia de los ciudadanos y el correspondiente y justo reparto de las riquezas, a menos que todos ellos ejerzan con consciencia y celo, permanentemente, la más elevada ética y política, re-apropiado las riquezas, des-privatizándolas, re-apropiándolas, como única llevada a cabo del verdadero comunismo, como revolución permanente que impida el retorno a la jerarquización y clasificación de lo común y comunal a que tiende el acto de realizar inapropiado e injusto, algo a lo que el realizar es propenso, igual que al error. Pues de todos es sabido que con la participación de los pueblos, previamente alienados, se han llevado a cabo muchas cosas inapropiadas, nefastas, y perjudiciales para ellos mismos y para otros pueblos.

Y para finalizar diremos que es importantísimo el concepto que damos a las cosas reales (las cosas realizadas, siendo la comunidad lo máximamente real), aunque la naturaleza respecto a ello sea indiferente.

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