miércoles, 19 de marzo de 2008

Un capitalismo con tonos apocalípticos



Un tono apocalíptico ha invadido los niveles más altos del capital mundial, a medida que el sistema financiero continúa su implosión. Esta implosión no es más que la última crisis financiera que viene a golpear al capitalismo mundial. Las crisis financieras son inevitables desde que el crecimiento capitalista ha sido conducido de forma creciente por burbujas especulativas, como la inmobiliaria en Estados Unidos. Esos vaivenes financieros incontrolados tienen su origen en la divergencia creciente entre la expansiva economía financiera y la estancada economía real. Esta "desconexión" proviene de la persistente tendencia al estancamiento de la economía real debida a sobreproducción o sobrecapacidad. La búsqueda de beneficios es la fuerza motora del capitalismo y, cada vez en mayor medida, sólo pueden obtenerse cuantiosos beneficios gracias a la especulación financiera, en lugar de conseguirlos gracias a la inversión industrial. De todos modos, este es un proceso inestable y volátil, dado que la divergencia entre los indicadores financieros coyunturales como los precios de activos financieros e inmobiliarios y los valores reales sólo puede ampliarse hasta un punto en el que la realidad fuerza una "corrección" de retorno de precios. La explosión de la burbuja inmobiliaria norteamericana es una de tales correcciones, y está conduciendo no sólo a una recesión en los Estados Unidos, sino a una depresión mundial debido a un nivel de integración sin precedentes fogoneado por una globalización dirigida por las corporaciones transnacionales. No será fácil restaurar el dinamismo fomentando otra burbuja especulativa, por ejemplo, recurriendo al "keynesianismo militar".

"Tenemos que pagar por los pecados del pasado". Klaus Schwab, organizador clave de la fiesta de la elite en el forum de Davos.

San Francisco, 17 de febrero de 2008. Precios petroleros por las nubes, un dólar en caída y mercados financieros al borde de la quiebra son los principales ingredientes de un brebaje económico que podría terminar en más que una simple recesión. El dólar cayendo y el precio del petróleo en constante aumento han estado sacudiendo la economía mundial durante algún tiempo, pero es la espectacular implosión de los mercados financieros lo que está conduciendo a la elite financiera a un estado de pánico.

¿Apocalipsis capitalista?

Y el pánico ya está aquí. Así como el signo del pánico fue ostensible con el anuncio por parte del presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, en persona de un fuerte descenso de hasta 1,25 puntos porcentuales de la tasa de interés prime el pasado enero, The Economist también admitió que "no hay duda de que es un momento escalofriante". Las pérdidas procedentes de malos activos vinculados a los préstamos hipotecarios en fallidos a prestatarios de alto riesgo se estiman situadas en torno a los 400 mil millones de dólares. Pero, como ha advertido el Financial Times, "la gran pregunta es qué más hay", en un momento en que al sistema financiero mundial "está muy expuesto a un fracaso catastrófico". Lo que hay de "más" queda plasmado en el hecho de que sólo en las últimas semanas se ha sabido que una serie de bancos coreanos, japoneses y suizos han tenido miles de millones de pérdidas relacionadas con las hipotecas basura. La globalización de las finanzas fue, desde el inicio, la vanguardia del proceso globalizador, y siempre existió la ilusión de pensar que la crisis de las hipotecas basura podría ser confinada a las instituciones financieras estadounidenses, como pensaban algunos analistas.

Algunos de los actores y agitadores principales no parecían presas del pánico, sino resignados a una suerte de apocalipsis. En la reunión anual de las elites mundiales celebrada en Davos el pasado enero, George Soros sonó decididamente necrológico, declarando tan campante que el mundo estaba siendo testigo del "fin de una era". El anfitrión del Foro Económico Mundial habló del capitalismo mientras saboreaba su postre diciendo: "Tenemos que pagar por los pecados del pasado…". "No es que el péndulo se esté ahora inclinando hacia el socialismo marxista", dijo a la prensa, "pero la gente se está preguntando '¿Cuáles son los límites del sistema capitalista?' Creen que el Mercado tal vez no sea siempre el mejor mecanismo para ofrecer soluciones".

Reputaciones arruinadas y políticas fracasadas

Mientras algunos parecen haber perdido los nervios, otros han visto disminuir su estatura debido al colapso financiero.

Como presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente Bush en 2005, Ben Bernake atribuyó el incremento de los precios inmobiliarios a "fundamentos económicos sólidos", no a la actividad especulativa. Siendo esto así, queda una incógnita, y los críticos se preguntan: ¿por qué, como jefe de la Reserva Federal se equivocó en anticipar el colapso del Mercado inmobiliario proveniente de la crisis de las hipotecas basura? De todos modos, su predecesor Alan Greenspan sufrió un golpe más duro, pasando del estatus de icono al de villano a los ojos de algunos. Le atribuyen la culpa de la burbuja por las agresivas rebajas operadas en los tipos de interés prime para sacar a los EEUU de la recesión en 2003, y por mantenerlos en niveles bajos durante un año. Otros dicen que ignoró las advertencias sobre los inescrupulosos y agresivos forjadores de hipotecas que embarcaron a los prestatarios de alto riesgo en acuerdos hipotecarios que nunca podrían enfrentar.

El escrutinio de los antecedentes de Greenspan y el fracaso de las disminuciones de tipos de interés de Bernanke para impulsar los préstamos bancarios han levantado serias dudas sobre la efectividad de la política monetaria para prevenir una recesión que ahora es vista como inevitable. Tampoco lo conseguirá la política fiscal, ni poner dinero en manos de los consumidores, según algunas voces de peso. Los 156 mil millones del paquete de estímulo recientemente aprobados por la Casa Blanca y el Congreso consisten fundamentalmente en retornos fiscales, y el grueso, de acuerdo con Paul Krugman, el columnista del New York Times, irá a parar a quienes en realidad no lo necesitan. La tendencia será entonces ahorrar más que gastar las devoluciones en un período de incertidumbre, frustrando su propósito de estimular la economía. El fantasma que se le aparece ahora a la economía estadounidense es la experiencia japonesa de un crecimiento anual virtualmente nulo y deflación durante los noventa y comienzos de esta década, a pesar de los paquetes de estímulos que siguieron uno tras otro después de que se desinflara la gran burbuja inmobiliaria de Tokio a fines de los 80.

La burbuja inevitable

Aun cuando las acusaciones no han terminado, muchos analistas nos recuerdan que, a pesar de todo, la crisis inmobiliaria debería haber sido anticipada. La única pregunta era cuándo llegaría. Conforme notó en un análisis hace unos cuántos años el economista del Centro de Investigaciones en Política Económica, Dean Baker: "Como la burbuja financiera, la burbuja inmobiliaria explotará. Finalmente, debe hacerlo. Cuando lo haga, la economía atravesará una grave recesión, y decenas de millones de propietarios de casas que jamás imaginaron que los precios de sus viviendas podrían caer, probablemente, se vean en serios apuros".

La crisis de las hipotecas basura no fue un caso de oferta excediendo la demanda. La "demanda", en gran medida, fue creada por una manía especulativa por parte de financieros y agentes inmobiliarios que buscaban generar enormes beneficios a partir de su acceso al dinero extranjero que inundó a los Estados Unidos durante la ultima década. Las elevadas hipotecas fueron enérgicamente vendidas a millones de personas que en condiciones normales no podían afrontarlas, ofreciéndoles tasas de interés "engañosas" que luego serían reajustadas para aumentar el precio de los pagos de los nuevos propietarios. Estos activos fueron entonces "titulizados" [NdT: la operación de securitización, aquí traducida como titulización, consiste en agrupar activos financieros con similares condiciones de plazos, colaterales e intereses, para transformarlos en un solo instrumento financiero con garantía hipotecaria que las entidades colocan en el mercado internacional para hacerse con liquidez y dispersar el riesgo] junto con otros activos en complejos productos financieros derivados denominados "obligaciones de deuda colateralizadas (CDO, por sus siglas en inglés)" por los iniciadores de las hipotecas que trabajan en conjunto con intermediarios de rangos medios que subestimaron el riesgo para poder colocar los nuevos títulos lo más rápido posible en otros bancos e inversores institucionales. El aumento de los tipos de interés desencadenó una oleada de cesación de pagos, y muchos de los inversores y bancos de renombre –incluyendo Merrill Lynch, Citigroup, y Wells Fargo— se encontraron con miles de millones de dólares de activos financieros de mala calidad que habían gozado de luz verde por parte de sus sistemas de evaluación de riesgos.

El fracaso de la autorregulación

La burbuja inmobiliaria no es sino la última de cerca de 100 crisis financieras que se han sucedido una tras otra desde que los controles de capitales de la época de la Depresión comenzaron a ser levantados en la era neoliberal que empezó a comienzos de los 80. Los reclamos que ahora provienen de algunos sectores para frenar el capital especulativo tienen un aire de déjà vu para muchos observadores. En particular, tras la crisis asiática de 1997, se produjo una fuerte exhortación para aumentar los controles al movimiento de capitales en el marco de una "nueva arquitectura financiera mundial". Entre las apelaciones más importantes fiscalizar las transacciones monetarias están la famosa Tasa Tobin, que desaceleraría los movimientos de capital, o la creación de algún tipo de autoridad financiera mundial que, entre otras cosas, regularía las relaciones entre los prestamistas del norte y los países en desarrollo endeudados.

De todos modos, el capital financiero mundial se resistió tenazmente el regreso a la regulación estatal. Nada pasó con la propuesta de la Tasa Tobin. Incluso un relativamente débil "mecanismo de reestructuración de la deuda soberana", semejante al Capítulo Once [N. del T.: capítulo del Código de bancarrotas de EEUU que procura sostener el funcionamiento del negocio, en oposición a otros códigos que regulan su liquidación], para dar algún grado de maniobra a los países en desarrollo con problemas de cumplimiento, fue frenado por el sistema bancario, a pesar de haberlo propuesto Ann Krueger, la conservadora directora norteamericana del FMI. En su lugar, el capital financiero promovió lo que se conoce como proceso de Basilea II, descrito por el economista político Robert Wade como una serie de pasos hacia una estandarización económica que "maximice la libertad [de las firmas financieras globales] en punto a movilidad geográfica y sectorial, a la vez que fije restricciones colectivas a sus estrategias competitivas". El énfasis se puso en la autovigilancia y la autorregulación financieras, apuntando a una mayor transparencia de las operaciones financieras y a nuevos estándares para el capital. A pesar del hecho de que la crisis asiática fue originada por el capital financiero del norte, el proceso de Basilea se centró en hacer que los procesos e instituciones financieras de los países en desarrollo sean más transparentes y estandarizados mediante las líneas de lo que Wade llamó el modelo financiero "angloamericano".

Y aunque no faltaron los reclamos para regular la proliferación de los nuevos y sofisticados instrumentos financieros, como los derivados colocados en el mercado por las instituciones financieras de los países desarrollados, todo quedó en nada. La regulación de los derivados sería dejada en manos de los agentes del mercado que tienen acceso a los sofisticados modelos cuantitativos de "asignación del riesgo" que estaban siendo desarrollados.

Al concentrarse en disciplinar a los países en desarrollo, el proceso de Basilea II consiguió muy poco en relación a la autorregulación de las finanzas mundiales del Norte, a punto tal, que Robert Rubin, de Wall Street y antiguo Secretario del Tesoro bajo la presidencia de Clinton, advirtió en 2003 que "las crisis financieras futuras serán casi seguramente inevitables y podrían ser aún más graves".

Lo mismo que con la asignación de riesgos de derivados como las "obligaciones de deuda colateralizadas CDOs" y los "vehículos de inversiones estructuradas (SIVs)" –la vanguardia de lo que el Financial Times describió como "la vasta y creciente complejidad de las hiperfinanzas"—, el proceso se derrumbó casi completamente con los modelos cuantitativos de riesgo más sofisticados, nulificados por el hecgho de que el riesgo acabó midiéndose conforme a la siguiente regla impuesta por los vendedores de activos financieros: subestimar el riesgo real, y transmitirlo a los pardillos de abajo en la cadena de transacciones financiera. Al final, era difícil distinguir lo que era fraudulento, lo que era un error de criterio, lo que era completamente idiota y lo que andaba fuera de cualquier control. Como lo expuso un informe sobre las conclusiones de una reciente reunión del Foro de Estabilidad Financiera del Grupo de los Siete:

Hay muchas culpas a repartir en el caos financiero: el mercado de las hipotecas basura norteamericanas se caracterizó desde el comienzo por pésimos criterios de suscripción y por "algunas prácticas fraudulentas". Los inversores no actuaron con la debida diligencia cuando compraron activos hipotecarios. Los bancos y otras empresas administraron muy pobremente sus riesgos financieros y fracasaron en revelar al público los peligros de sus hojas de balance. Las empresas de calificación de riesgo hicieron un mal trabajo evaluando el riesgo de los activos financieros más complejos. Y las instituciones financieras retribuyeron a sus empleados en formas que estimularon una toma de riesgos excesiva y una consideración insuficiente de los riesgos a largo plazo.

El fantasma de la sobreproducción

No es sorprendente que el informe del G-7 sonara en el mismo tono que las necrológicas de la crisis financiera asiática y de la burbuja de las punto-com. Tal vez inconscientemente, un cacique de una corporación financiera y redactor principal del Financial Times captó el problema básico que caracteriza estas manías especulativas, cuando señaló que "se ha producido una creciente desconexión entre la economía real y la financiera en los últimos años. La economía real ha crecido… pero nada que ver con la economía financiera, que creció aun más rápidamente, hasta que implosionó". Lo que su declaración no nos dice es que la desconexión entre lo real y las finanzas no es accidental, que la economía financiera se expandió precisamente para compensar el estancamiento de la economía real.

Esta brecha creciente entre la economía real y la financiera no puede entenderse en su totalidad sin hacer referencia a la crisis de sobreacumulación que afectó a las principales economías a fines de los 70 y en los 80, un fenómeno que también se conoce como sobreproducción o sobrecapacidad.

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